La hipnosis es un estado mental concreto en el que se puede influir sobre el sujeto y modificar algunos de sus patrones de comportamiento. Para acceder a él como ‘usuario’, es menester tener capacidad de autosugestión y ponerse en manos de un profesional experimentado en la materia, además de ético –aunque no tema: a pesar de lo que haya visto en las películas y aunque discretamente sometido, no hará nada contra su voluntad-.
Una de sus aplicaciones más conocidas consiste en la terapia para tratar adicciones. Al alcohol, al tabaco, a las tragaperras, a la comida… o a cualquier otro comportamiento abusivo que le arrastre a un abismo de autodestrucción. Y ahí no queda la cosa; también es eficaz tratando fobias, estrés, síndrome de colon irritable, trastornos alimentarios, dismenorrea…
¿Herramienta útil cuando ya han fallado otras estrategias, mito para débiles de espíritu? Un pequeño vistazo a la historia es suficiente para contener –o, por lo menos, controlar- escepticismos: existen publicaciones médicas anteriores a la invención de la anestesia que abundan en la eficacia de la hipnosis para paliar el dolor de la cirugía. ¿Le seduce entrar en trance?
Pues eche el freno. Porque, efectivamente, existen muchos mitos en torno a este asuntillo de la hipnosis, y el trance es uno de ellos. La hipnosis no tiene nada que ver con un estado alterado de conciencia, ni mucho menos con un profundo sopor; requiere, en cambio, una intensa concentración en las palabras con las que el guía nos sumirá en esa especie de mundo de Alicia al caer por el agujero.
La neurociencia lo explica mucho más rápido: es posible experimentar físicamente una sensación con visos de realidad si se evoca con la suficiente intensidad. Así, el sujeto hipnotizado puede sentir cómo le pesa el cuerpo ¡o cómo flota!, puede recrear una alucinación con un elefante rosa como protagonista o… puede eliminar información del cerebro. Como por ejemplo, que no sabe vivir sin fumarse un cigarro cada 20 minutos.
¿Funciona siempre? Depende del grado de compromiso del paciente. Y, por supuesto, de su confianza en el método. De nada servirá decirse a uno mismo que la hipnosis es una tontería. Con lo que volvemos al punto de partida, ¿quién le dijo que la respuesta a sus males no estuvo siempre en usted?