Bill Clinton, Diana de Gales, Robert Pattinson, Renée Zellweger, Mariah Carey, Cameron Díaz, la profe de mi hijo y la churrera de la esquina. Todos ellos tienen algo en común: son muy importantes para sus seres queridos y además tienen rosácea.
¿Y qué es la rosácea?, pregunta usted clavando su inquisidora pupila inyectada en venitas rosas. La rosácea es una enfermedad crónica de la piel que afecta, sobre todo, a la cara. Es mortalmente común –se calcula que en Estados Unidos puede haber unos 14 millones de afectados– y es más habitual entre personas de 30 a 50 años que hayan padecido acné durante la adolescencia. De entre ellas, aún es más frecuente entre mujeres. Por tomárnoslo con humor, diríase algo como una variedad de la ‘tasa rosácea’.
¿Cómo detectarla? Por el enrojecimiento pertinaz de la piel y las telangiectasias faciales. Que no son otra cosa que vasos capilares dilatados. En ocasiones, también pueden aparecer rugosidades, ‘granos’, similares a los del acné.
Las causas de su aparición son múltiples y con escasa conexión entre sí –como no queramos pensar en un estilo de vida perfecto y completamente libre de agresiones externas-. Las temperaturas extremas, el estrés emocional y las bebidas alcohólicas, pueden irritar el equilibrio de la dermis, pero no sólo. También la exposición a la radiación UV sin la protección adecuada.
El tratamiento se prescribe en función de la gravedad del caso. Puede variar desde la aplicación de antibióticos (uso tópico u oral), fármacos tópicos que disminuyen el tamaño de los vasos sanguíneos dilatados, láser u otros tipos de luz.