Como una droga: así actúa el azúcar en nuestro organismo. El consumo del dulce polvo blanco desencadena un aluvión de dopamina (una de las hormonas de la felicidad) en el cerebro, lo que apuntala el placer de comer alimentos azucarados y puede desembocar en una pauta adictiva clavada a la de las drogas que prohíbe la FDA (Food & Drug Administration, el organismo que dictamina estos asuntos en EE.UU.).
Atracón, retiro, ansiedad y vuelta a empezar con el ciclo, bien aderezado ‘con un poco de azúcar’, como cantó una bienintencionada Mary Poppins sin saber que estaba creando monstruitos. Se estima que el estadounidense medio consume unas 22 cucharaditas de azúcar al día: un monto camuflado en los alimentos preparados que supone 350 kilocalorías extra. ¡Al día! Prácticamente el doble de las 12 cucharaditas que recomienda la OMS. Empalogoso es poco.
Más próximo a nuestra realidad española está el británico medio, quien puede consumir la friolera de 34 ‘poquitos’ de azúcar, refinadísima ella, pero abocada a formar parte del adipocito más resistente. ¿Un preventivo? Ir a la compra sin hambre y llevarse las gafas de leer para elegir alimentos sin azúcar añadido. Como en otras adicciones ya manifiestas, abandonar ‘el vicio’ cuesta sudor, sangre y lágrimas.
Uno de los experimentos clásicos para demostrar el gancho del azúcar consiste en privar de alimentos a un grupo de ratas durante 12 horas. Después se les permite beber agua con azúcar durante otras 12 horas. Este enloquecedor patrón se repite a lo largo de un mes (pobres cobayas). Después de este periodo se les ofrece su comida habitual además del agua con azúcar. Para entonces, los roedores muestran un comportamiento de abuso similar al que generan las drogas: necesitan el colocón del azúcar y desprecian su comida.
No es la única señal de sumisión. También muestran signos de ansiedad y depresión durante el periodo de privación de alimentos. Y lo que es aún peor: las ratas enganchadas al azúcar son más proclives a desarrollar adicción a la cocaína y los opiáceos.
Obviamente los humanos no somos ratones, pero estos estudios dan una idea de las bases neuroquímicas de la dependencia al azúcar. La explicación es, siempre, la cascada hormonal. A la larga, el consumo de azúcar cambia la expresión génica y la disponibilidad de los receptores de dopamina en el cerebro medio y la corteza frontal, el ciclo ‘sin fin’. En el propio polvo blanco se encuentra la necesidad de seguir tomando más y más para alcanzar el mismo estadio de ‘felicidad’ hormonal.
https://www.youtube.com/watch?v=61kHpmenkT8
En Los Simpsons han dado caña al tema innumerables veces
¿Un posible experimento en casa? Desoír la tentación de los dulces de Semana Santa (empresa que le granjeará por sí sola el cielo) y abandonar por completo el consumo de azúcar, tanto la camuflada como la que sacamos directamente del paquete. Como endulzante puede probar el azúcar de coco, de bajo índice glucémico y tolerada por diabéticos. Aunque no sea adicta declarada, los resultados a corto plazo le sorprenderán: tampoco faltan los relatos que glorifican el nuevo estadio de felicidad y sosiego que acompaña el desenganche del azúcar.