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Inmaculada de la Fuente en el Círculo de Bellas Artes, en 2006, cuando presentó su anterior libro: La roja y la falangista.

Nuestras it girl de hoy son casi vintage, pero intelectuales y escritoras seguro. Son  María Moliner, la famosa y desconocida autora del “Diccionario del Uso del Español”, y su biografa oficial, Inmaculada de la Fuente, 

La Moliner, por su parte, tiene un diccionario que lleva su nombre porque lo elaboró ella solita durante quince años, entre 1951 y 1966, una proeza irrepetible. Ese mismo diccionario que estudiantes, periodistas y profesores identifican con su nombre y denominan “el  María Moliner”. Era un poco mujer invisible, sepultada por una montaña de palabras ordenadas alfabeticamente por ella misma. “El ostracismo que padeció durante el franquismo ha tenido mucho que ver con su forma de ser y actuar”, dice Inmaculada de la Fuente, autora del libro sobre la vida de María Moliner, los anteriores también son biografías de mujeres: “Mujeres de la posguerra: de Carmen Laforet a Rosa Chacel, historia de una generación” (Planeta, 2002) Y “La roja y la falangista: dos hermanas en la España del 36 (Planeta, 2006). Este libro se sigue vendiendo, y las hermanas en cuestión son Constancia de la Mora Maura y Marichu de la Mora Maura (Marichu, con el tiempo, se convirtió en una de las primeras periodistas de moda).

Inmaculada, se ha especializado en biografías de mujeres del periodo de la Segunda República y la posguerra española. Ahora está dando forma a una colección de relatos y corrigiendo una novela, la segunda que escribe.

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Palabra de biografa, Inmaculada de la Fuente nos cuenta sus impresiones sobre María Moliner, en exclusiva para BellezaPura.

“El nombre de María Moliner (1900-1981) está asociado al “Diccionario de Uso del Español”.   A su muerte, en 1981, Gabriel García Márquez  escribió  un emotivo artículo sobre ella en EL PAÍS en el que aseguraba: “Escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”.  Todas las palabras, con sus significados y sus acepciones más útiles.  No es extraño que cuando alguien duda de algún concepto consulte  “el María Moliner”. 

“Lo que diga el Moliner va a misa”,  dicen los traductores.  Sí, el Diccionario era ella, pero María Moliner fue también una mujer de su tiempo, apasionada, tenaz y paradójicamente discreta.  Esa ausencia de vanidad ha contribuido a que su figura sea desconocida,  cuando no secreta.  Una biografía, “El exilio interior. La vida de María Moliner” (Editorial Turner), escrita por Inmaculada de la Fuente,  desvela la compleja personalidad de esta estudiosa, su amor por el trabajo bien hecho y su incansable dedicación al Diccionario”.

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“Poco antes de escribir ese artículo en su memoria, García Márquez, de visita en Madrid, quiso conocer a aquella mujer que sin saberlo, había estado trabajando para él y para todos los escritores y amantes de la lengua castellana, allá donde estén. No pudo ser, porque entonces María Moliner estaba ya enferma y desmemoriada.  Había olvidado las palabras que años atrás había volcado en su diccionario y que las nuevas generaciones nunca olvidarían.  Atrás quedaba una vida intensa, en la que María Moliner había destacado primero como estudiante  de bachillerato (del que se examinaba por libre debido a las dificultades económicas de su familia) y como pionera universitaria en Zaragoza, para dedicar después la primera parte de su vida a la labor de bibliotecaria. Una profesión en la que alcanzó grandes cotas de responsabilidades  en los años treinta del pasado siglo. La Guerra Civil potenció esas responsabilidades, ya que era una funcionaria capaz y leal. En ese tiempo Moliner y su marido vivían en Valencia, donde se había trasladado el Gobierno legítimo por temor a que las tropas rebeldes franquistas invadieran Madrid.  Esa coincidencia hizo que las autoridades responsables de las Bibliotecas recurrieran a ella en ese periodo.  Como consecuencia, tras la victoria franquista,  María Moliner, como todos los funcionarios, fue depurada. A pesar de ser acusada de “roja, y simpatizante de los rojos”, sin más, no fue apartada de su profesión,  como otros compañeros, pero fue degradada dieciocho puestos en el escalafón”.

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“De esta derrota personal y colectiva nació su fuerza para embarcarse en la aventura del  Diccionario. María Moliner regresó a Madrid en 1946, tras obtener un discreto puesto como responsable de la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid. Allí estuvo hasta su jubilación, a los setenta años. Pero la bibliotecaria tenía, además, una pasión secreta a la que dedicaba las tardes: buscar palabras en los periódicos o en el diccionario de la Real Academia Española, para definirlas de nueva planta después o actualizarlas. Para ello utilizaba unas fichas que escribía a mano o en una máquina Olivetti y que guardó primero en una caja de zapatos y después, ya desbordada, en la cómoda o en los cajones de los armarios”.

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“Estando yo solita en casa una tarde”… Así evocaría años después el momento  en que decidió escribir el Diccionario. Pensaba que sería un diccionario útil y corto,  dirigido a estudiantes de español extranjeros, pero se fue enganchando en la tarea y acabó haciendo una obra cada vez más completa e inagotable. Su  previsión inicial fue que hacerlo  la llevaría entre seis meses y un año.  No estaba mal, se dijo. Pero la realidad es que empleó 15 años. Eso sí, mucho antes de que acabara ya se había corrido la voz de lo que hacía y Dámaso Alonso medió para que Gredos se lo contratara y editara. “Empecé joven, y con hijos poco más que niños y lo acabé cargada de nietos”, reconoció años después”.
“Había un punto, el de la tarde, en que realmente me sentía vacía, sentía que algo me faltaba y entonces me puse a trabajar en el diccionario con todo entusiasmo. Siempre estaré satisfecha de esa decisión que tomé”, declaró en 1972 a Daniel Sueiro en una entrevista”.

Como se lee en “El Exilio interior. La vida de María Moliner”,  Moliner optó por hacer algo a lo que el Régimen franquista no pudiera oponerse:  había sido postergada y apartada de todo puesto de responsabilidad y necesitaba llenar ese vacío con una obra propia. Pero sentía el peso de la censura y no eligió un libro cualquiera: un Diccionario, por su carácter técnico, no levantaría suspicacias. Fue así como María Moliner, recluida por las tardes en su casa, desde su exilio interior, encontró la vía de la creatividad y la felicidad. En definitiva, de la resurrección personal y profesional, concluye Inmaculada de la Fuente; su excepcional biógrafa.