false happiness

De comidas y de cenas, están las sepulturas llenas”, nos dice la sabiduría popular. Sí, pero la corte de sabios de antaño también dijo aquello de “Tripita contenta alaba a Dios”. ¿Con qué te quedas, la penitencia, el exceso o el siempre ansiado equilibrio del “una vez al año no hace daño”?

Las Navidades son muchas cosas, un sinfín. A destacar entre todas ellas: las grandes comilonas. Gusten mucho o poco estas fechas, el jamoncito siempre encaja entre los debates a favor o en contra, la bandejita de quesos curados alivia tensiones entre familiares malencarados, el sempiterno foie roba el corazón del abuelito cascarrabias, el pavo relleno enamora el alma del niño que sólo piensa en los regalos.

Hay quien teme todas estas viandas, al ver en ellas la encarnación demoníaca de la lorza, el máximo enemigo del mes de enero -aún más que la empinada cuesta– y de la que luego hay que deshacerse con sudor y lágrimas en el gimnasio.

Esta apreciación, aunque correcta, no deja de ser pelín exagerada. Quitarse la lorza cuesta, pero no todos los alimentos que contribuyen a su crecimiento son más malos que la quina. Algunos hasta tienen sus vitaminas y sus muy buenos nutrientes, no veas en ellos calorías vacías. Y sobre todo, tenlo en cuenta cuando te metas en la boca el canapé de caviar que tanto te apetece, nada favorece más la digestión que una conciencia tranquila.

Veamos qué tienen de bueno algunos de los alimentos navideños más típicos.

mousse de foie gras

El foie es tan típico de la época como el HO HO HO. Si se come mucho, se engorda, eso no tiene vuelta de hoja. Pero al contrario de lo que podríamos imaginar, su grasa es, en su mayor parte, buena. Se trata en un 56% de ácidos grasos monoinsaturados, los mismos que contiene nuestro aceite de oliva. Esto se traduce en que no tiene ningún efecto negativo sobre las arterias. Y lo que es aún mejor: contiene una altísima cantidad de vitamina B, indispensable en el ciclo de la metionina, un aminoácido esencial que disminuye el riesgo de sufrir un accidente cardiovascular. ¿Os acordáis de la paradoja francesa?

Ay, el jamón, jamón de nuestras entretelas. No sólo es lo que más echan de menos los españoles por el mundo –más que a las familias-, también la grasa del jamoncito ibérico tiene una excelente composición –más del 50% es ácido oleico, el del aceite de oliva una vez más-, lo que facilita la producción del colesterol bueno (HDL) y la reducción del malo (LDL).

estuche de jamon iberico

Nunca falta un plato de salmón ahumado en las comidas de Navidad. Bien por nosotros, ya que se trata de uno de los alimentos más ricos en ácidos grasos omega 3, que, como bien sabéis, afectan directamente al estado de ánimo, al manejo de la inteligencia y  a la salud cardiovascular. Así que ya sabes, si te emociona mucho el reencuentro con tu batallón de tías segundas, toma salmón para mantener el corazoncito a raya.

En esta misma categoría se encuentran los turrones con muchos frutos secos y bien de omega 3 y grasas insaturadas. Consúmelos con moderación para beneficiarte de todo lo bueno sin sufrir por sus calorías.

Si te gustan y sientan bien las ostras, enhorabuena. Su alto contenido en zinc, cisteína, taurina y selenio las convierten en un molusco único para combatir los efectos de los radicales libres. Añade un poco de limón y tendrás un cóctel natural fantástico si además eres fumador.

El pavo relleno es un suplicio para quien se encarga de darle el punto y un placer para quien lo engulle con entusiasmo. Su carne no tiene tacha, es baja en grasas y poco calórica. El relleno es el responsable de las calorías extra, pero atención, si lo haces de castaña rica en potasio, no alterarás la hipertensión de los familiares propensos, además de reducir su colesterol.

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Regar las comidas con champán o cava estimula la secreción de jugos gástricos, además de provocar un grato torrente de serotonina, dopamina y noradrenalina, hormonas de la felicidad y antiestrés que harán que reine el espíritu navideño. Para quitarse una eventual lorcilla, ya habrá tiempo.