”Tú sabes muy bien que he estado años y años sin comerme un kiko, sin vender nada, algún traje suelto, pero fiel a mis corazones y a mis colores’, soltó Agatha micrófono en mano según me vio llegar a la presentación-aniversario de sus 20 años en El Corte Inglés. “Quiero que sepáis todos que esta mujer fue uno de las que más me ayudó y creyó en mí en mis comienzos”, dijo señalándome. Me puse colorada ante una audiencia grande y muy variopinta.
En la pared del escenario, un enorme corazón-patchwork compuesto por cientos de fotos de los momentos vividos por la diseñadora en estas dos décadas de venta en los grandes almacenes y un gran número el 20: con Isidoro Alvarez, el director general “uno de mis mejores amigos, el hombre que más me ha ayudado en mi vida; lo pasé genial en la boda de su hija y estuve con el príncipe de Asturias“, colocando sus primeras ropitas de niña-o, cuando los precios eran hiperasequibles o cuando se presentaba en el centro de Castellana con su hija Cósima, de cuatro años, para colocar bien las prendas en las estanterías.
A modo de cuento de hadas, Agatha Ruiz de la Prada -que ya tiene más de 6000 referencias de productos en venta y tiendas en…., relató su primer desfile en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Por entonces sus amigos les dijeron que nunca vendería esos vestidos tan excéntricos y llenos de colorines, volantes, paraguas o muelles. “Los vendía uno a uno a mis amigas, a mis vecinas, sin dejarme desanimar, aunque sólo me llamaran para hacer ropa en carnavales”. “El Corte Inglés empezó siendo una tienda muy pequeñita que vendía ropa para niños, y creo que eso me dio buena suerte porque yo también empecé diseñándoles ropa para niños”.
Veinte años después, esta mujer arcoiris que se pasó cuatro horas bailando en mi boda con sus niños, en 1993, vende en todo el mundo: pinzas de depilar, gafas, tapas para retrete, muchos perfumes, azulejos, fundas para edredón, vasos, paraguas, móviles ‘tuneados, mochilas, cuadernos’…. y ya tiene su propia fundación.
Nunca olvidaré aquel desfile en París, hace muchos años,en el que los trajes estaban confeccionados sólo con flores frescas traídas en un avión desde Canarias. Trajes efímeros, jardines ambulantes humanos que morían horas después. Qué belleza. Un soplo de vida.