Cuando piensas en Halloween, seguro que lo primero que te viene a la mente son calabazas talladas, disfraces terroríficos y caramelos obtenidos a base de sustos. Pero ¿y si te contáramos que toda esa fiesta de brujas y espíritus realmente empezó en Galicia, mucho antes de que el marketing estadounidense lo convirtiera en el desfile de golosinas y brujas sexies que conocemos hoy? Quédate con la copla: se llama Samaín. 

No es una broma. Palabrita. Lo que celebramos hoy como Halloween tiene raíces muy profundas en una antigua tradición celta llamada Samaín. Y, ojo, porque la historia tiene de todo: druidas, nabos iluminados y hasta comitivas de muertos paseándose en silencio. Todo muy Halloween antes de Halloween, en suma.

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De la cosecha al más allá: los orígenes celtas del Samaín

La palabra Samaín proviene del gaélico “Samhain”, que significa “fin del verano”. Para los celtas, era el momento en el que las cosechas se daban por terminadas y el año nuevo empezaba, pero no con fuegos artificiales y brindis, sino con hogueras en el bosque, rituales bajo la luna y… ¡nabos vaciados! Sí, antes de que las calabazas hicieran su entrada triunfal, los celtas vaciaban nabos y los iluminaban con velas para guiar a los difuntos.

Los druidas, esos sabios y algo misteriosos personajes de las tribus celtas, eran los encargados de orquestar la fiesta. Armados con su conocimiento de los espíritus y de cómo vaciar tubérculos (es un arte, créeme), se dedicaban a organizar juegos como el famoso “pesca la manzana” o la creación de máscaras y pieles para despistar a los fantasmas curiosos. ¿Truco o trato? Más bien, “ponte algo encima, que vienen los espíritus”.

La Santa Compaña: peor que cualquier disfraz de payaso serial killer

¿Te imaginas estar tranquilamente en tu casa, y que de repente veas pasar una procesión de almas en pena lideradas por un vecino en bata con una vela? Pues eso es básicamente lo que ocurría en Galicia con la Santa Compaña. Según la tradición, esta macabra comitiva de difuntos vagaba por los caminos, y pobre de ti si te la encontrabas, porque la maldición que te caía encima era para toda la vida… o hasta que lograbas pasarle el muerto a otro, literalmente.

Mientras tanto, en los bosques y aldeas, la gente encendía hogueras para guiar a los muertos y evitar encuentros indeseados. Nada de pedir caramelos ni de disfrazarse para divertirse, aquí el asunto iba en serio. Si te topabas con ellos, no había truco o trato que te salvara.

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Halloween made in Galicia

Puede que ahora estés pensando: “Vale, pero ¿qué tiene que ver todo esto con Halloween?”. Pues mucho más de lo que te imaginas. Cuando los emigrantes irlandeses llevaron sus tradiciones a Estados Unidos, incluida la celebración de Samaín, la fiesta se transformó en lo que hoy conocemos como Halloween. Por el camino, los nabos se convirtieron en calabazas, las procesiones silenciosas se cambiaron por niños gritando por dulces, y el fuego sagrado del bosque… bueno, eso probablemente acabó en una linterna LED.

En Galicia, sin embargo, el Samaín ha tenido una especie de revival. Gracias a personas como el profesor Rafael López Loureiro, se ha recuperado esta tradición celta autóctona que, aunque algo más discreta que Halloween, tiene su propio encanto. Ahora, en muchos pueblos gallegos, el 31 de octubre no es solo una excusa para comprar disfraces baratos, sino para reconectar con las raíces celtas de la región.

Samaín hoy: cuando las calabazas invadieron Galicia

Si te apetece celebrar el Samaín como es debido, Galicia tiene una lista de pueblos donde la fiesta se vive con todo su esplendor. Desde Briz, con su terrorífico pasaje del miedo, hasta la Procesión de Caveiras en Catoira, donde las calabazas brillan más que las luces de Navidad, Samaín está volviendo a tomar el protagonismo que merece. Además, si te gusta lo de vaciar calabazas (o prefieres delegarlo en los más pequeños), hay talleres y actividades en Pontevedra y A Coruña que harán que tu 31 de octubre sea algo más que una noche de sustos prefabricados.

Ah, y no olvides que en muchos lugares todavía se mantienen algunas costumbres más sobrias, como dejar la mesa puesta después de cenar para que las almas de los difuntos puedan alimentarse. Porque, seamos sinceros, nadie quiere enfadar a una abuela gallega, ni siquiera si ya ha cruzado al otro lado.