Irina Shayk y Jerry Hall protagonizan la última campaña de Dolce & Gabbana, rodada al estilo ‘enfant-terrible-del-cine-francés’, con la excepción de que es de Steven Klein. Si durara unos segundos más, quizá veríamos cómo la enigmática Shayk le saca los ojos a Hall con el tenedor…

¿Y en cuanto al maquillaje? Es divino, para mi gusto, y la mar de clásico.

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¿Qué hacen Irina Shayk, Jerry Hall, su hija Georgia May Jagger y unos modelos de lo más biodiverso -dentro de lo ultra normativo- en una mansión visiblemente lujosa? Mantener una lucha de poder en torno a la mesa que se zanja con un contundente (y no sé si sensual o terrorífico) mensaje de Irina Shayk.

La cosa va de lo siguiente. Posiblemente saturados de las mammas italianas de pueblo pobre, pero muy folklórico, que se pasan el día a la fresca -maquilladas como puertas, eso sí-, la casa milanesa ha decidido explorar facetas más complejas de las relaciones humanas como escaparate para su nueva línea de colorido. Steven Klein ha sido el encargado de dar forma artística al briefing de Dolce & Gabbana.

En la campaña, asistimos a una velada ciertamente incómoda entre invitados con look vampírico / heroin chic que se miden los egos con la mirada. Se percibe pánico, hastío, displicencia, sumisión… No hay duda de quién parte el bacalao: es Jerry Hall, glacial como un témpano y antipática como ella sola. La cámara nos muestra los (preciosos, insisto) looks beauty del resto de comensales. Chicos, chicas, chiques, la caucásica, la africana, la asiática… Todos talla cero y simétricos como un fotograma de Wes Anderson. Esta ‘inclusividad’ se alía con un colorido que apela a todas las pieles, aunque no sean las más contestatarias y rebeldes.

Al otro extremo de la mesa, una Irina Shayk Dolce & Gabbanizada para la ocasión, con ese carácter misterioso, sensual, poderoso, etc., etc., que tanto quiere defender esta casa italiana, demuestra que es una mujer de rompe y rasga rasgándose la lengua con un tenedor que no encontraremos entre las novedades de Ikea de este año. Ni de ningún otro.

La bruja del Norte, ergo Jerry Hall, celebra el atrevimiento con una risotada siniestra y ahí queda todo. En nuestras retinas (y en nuestro espíritu), palpita esa inquietud que produce todo aquello que se asoma a la transgresión, siquiera un ratito.

Ante un maquillaje que, insisto, más clásico no puede ser (delineador negro, labio rojo, variaciones algo más discretas de esto), qué mejor que un marketiniano push de subversión. ¿No?