Una correcta higiene bucal reduce enfermedades, y no sólo en los dientes, ¡también en las encías y en toda la boca!
Cuidar los dientes y la higiene bucal juega un rol protagonista en la prevención de enfermedades. No en vano la boca es la puerta de entrada a virus y bacterias.
‘Lavarse mal los dientes’ evoca impertinentes problemas de halitosis, caries, problemas en el esmalte, las encías o la lengua. Lamentablemente, no se queda aquí el asunto: los casos más cruentos se pueden vincular a enfermedades cardiacas, diabetes, algunos tipos de cáncer, celiaquía, enfermedades autoinmunes, gastritis o incluso algunas enfermedades mentales.
“El odontólogo es, a menudo, el primero en ver algunos signos de enfermedades sistémicas, no solamente enfermedades derivadas en origen de la mucosa oral o de los dientes”, detalla el odontólogo Iván Malagón.
Lavarse bien los dientes es el pilar básico de la limpieza bucal. Una tarea sencilla, pero que tiene su método y sus errores. El experto nos los detalla a continuación. ¡Dientes, dientes!… y vade retro, enfermedades.
1. Dos minutos: más o menos lo que dura “I Will”, de los Beatles.
No es cuestión de estar refrotando una eternidad, pero la duración tampoco debería ser inferior a dos minutos. Ventilarse el tema en cuestión de segundos implica no deshacerse del todo de los restos de alimentos, lo que conlleva un mayor riesgo de debilitar las encías. Y, por supuesto, de sufrir caries.
- Un poco de pasta basta.
Nada de llevarse a la boca una montaña de pasta. “La medida exacta de dentífrico es un guisante”, recomienda el doctor Iván Malagón. La pasta contiene abrasivos, sustancia que ayuda a limpiar bien los dientes pero que puede agredir al esmalte. A su vez, tampoco hay que pasarse con los cepillados: con hacerlo tras cada comida es suficiente.
- No te dejes la lengua y las encías.
En esos dos minutitos clavados te tiene que dar para cepillar cada diente y también las encías y la lengua. Estos últimos, con suavidad.
- La cara oculta de los dientes.
Hay que cepillar la pieza correctamente en sus tres caras. No importa tanto el sentido que le des al cepillado (la dirección), sino que no te dejes ninguna faceta.
- El tamaño importa.
El cepillo no debe ser muy grande ni de cerdas muy duras. Es preferible usar uno pequeño que permita acceder a todos los recovecos, y con cerdas suaves para no dañar el esmalte.
- El cepillo, siempre seco.
Cuesta resistir esta tentación, pero es mejor no mojar el cepillo antes de pasarlo por la boca para que la pasta llegue perfectamente íntegra.
7. Tras la limpieza bucal, llega la del cepillo.
Imprescindible lavar bien la herramienta para no dejarlo lleno de bacterias o restos de alimento. Además, no hay que guardarlo húmedo en el capuchón, ¡a menos que quieras crear un cultivo de bacterias!
8. Renovarse o morir.
El cepillo se cambia cada temporada. Aproximadamente cada tres meses, antes si se aprecia desgaste.