No es ninguna broma, pero obligar a comer a tu hijo si no tiene hambre o no le apetece es una de las causas de que en la adolescencia pueda padecer un problema de alimentación.
“Este niño no me come nada”. ¿Has oído o has dicho alguna vez esta frase? Tras ella existe la insatisfacción de los padres que creen que los más pequeños tienen que comer lo que ellos dicen porque opinan que es lo mejor. Y si obligas a comer a tu hijo puedes estar dando pie a un problema de alimentación a largo plazo.
Obligar a comer a tu hijo no es una buena idea. Cada niño es diferente al de al lado, a su hermano, a su amigo o a su primo. Hay niños que se comen un caballo y otros son pajaritos. Yo, que fui pajarito durante décadas, sé la mala idea que es que te comparen con lo bien que comen tus primos (por ejemplo). La alimentación no es una ciencia exacta y cada persona necesita una cantidad y no es la misma para todos. La mayoría de los niños come, aunque no sea la cantidad que los padres desearían. Lo normal es que los niños pasen por etapas: los bebés comen cada tres horas porque es la etapa de crecimiento más importante de su vida. En ese año llegan a crecer 25 centímetros y habrán triplicado su peso.
Después del año de vida, el niño come menos
Durante esta etapa es cuando los padres empiezan a ponerse nerviosos y obligan a comer al niño. ¡Error! Un niño come lo que necesita y forzarlo es perjudicial. La psicóloga Pilar Conde, directora de las Clínicas Origen, afirma que obligar a comer a un niño “puede ser uno de los orígenes de la bulimia, la anorexia o el sobrepeso. Aunque no es un factor determinante, debe ser considerado porque en la infancia es cuando comienzan a forjarse los primeros hábitos de alimentación”.
No es bueno ni que le obligues a comer ni que rebañe el plato
Los padres tienen que saber que no es bueno que el niño deje el plato vacío si no quiere más; lo mejor es que deje de comer cuando ya no tenga más hambre.
Tampoco debes ser permisivo con lo que come. Evita que coma chuches, bollos, helados, pizzas, hamburguesas… comida ultraprocesada, en definitiva. “Es necesario inculcar una alimentación saludable tanto en productos como en número de veces, y ahí sí que el pequeño podrá relacionarse con su cuerpo de manera adecuada con las sensaciones de su organismo”, afirma Conde.
Cuando llega un trastorno en la alimentación, el especialista busca cuál es la raíz que hay que abordar y la clave es encontrar el origen de ese problema y cómo lo está manteniendo el niño o joven. En España se calcula que entre la población adolescente existe una prevalencia en trastornos alimentarios de entre el 4,1% y 4,5%.
¿Cómo actuar ante una situación así?
No es fácil pero se puede. Si se ve a un adolescente que ha perdido peso de forma significativa, está decaído o nervioso, ha dejado de comer aquello que le gustaba o se comporta de manera rara durante la comida o después de la comida, puedes sospechar que algo está pasando.
Lo más adecuado es asesorarse con un experto antes de plantearle al joven las sospechas. Puede resultar contraproducente abordarlo solo con él. Lo que nos propone la psicóloga es primero la asesoría médica y después, conjuntamente, si es posible, exponer el problema con un equipo de nutricionistas y psicólogos.
No es un camino fácil. Es un proceso complicado y largo porque no solo se trata de cambiar modificar los hábitos de alimentación que están perjudicando su salud sino que detrás hay un problema emocional que hay que tratar.
Por eso, los psicólogos explican que es muy importante que en el desarrollo y aprendizaje del niño se incluya esta capacidad introspectiva para poder conocer qué hay detrás de nuestras conductas.