La historia de los primeros salones de belleza modernos nos lleva hasta las grandes pioneras de los cuidados estéticos y la industria cosmética. Nombres tan famosos como Elizabeth Arden, Helena Rubinstein o Estée Lauder, entre otros bastante olvidados.
Hubo un tiempo en el que las mujeres no podían acudir a un salón de belleza sin ver comprometida su virtud. Eso no fue impedimento para que surgieran salones discretos en los que cuidarse a través del conocimiento y las manos expertas de sus creadoras.
Si quieres conocer el origen de los actuales templos de la belleza, una esteticista de nuestros días nos revela cómo fueron esos complicados inicios. No nos vamos a remontar a épocas remotas porque lo de estar guapo y preocuparse por los cuidados forma parte de la prehistoria de todos los seres humanos. “Ya en la época de las cavernas hombres y mujeres se acicalaban con tierras de colores, cuentas de huesos, piedras o pieles. Debe ser que la coquetería nos viene de serie como especie.” explica Carmen Molina, friki de la cosmética antigua y directora de su propio centro de belleza en Alicante.
Las civilizaciones antiguas dieron mucha importancia a la imagen, desde la babilonia a la egipcia, la griega o la romana. Ese interés por el cuidado personal ha tenido altos y bajos a lo largo de la historia, pero al llegar el Renacimiento, sobre todo en Italia, el resurgir fue imparable hasta nuestros tiempos.
En la Edad Moderna encontramos referencias de lo que podría ser el primer salón de belleza moderno en París, abierto por Catalina Caligai. Esta mujer, dama de Catalina de Médicis, Reina de Francia, era una verdadera experta en la materia.
En 1890, Madame Lucas funda en París un Instituto de Belleza que podemos comparar con los actuales salones de belleza. Sus clientas acudían de incógnito para no ser reconocidas, ya que no estaba bien visto que las damas de buena familia acudieran a este tipo de negocios.
Por las mismas fechas y en Londres, abre su centro Madame Rachel. Se convierte en la consejera de belleza de la aristocracia con su eslogan “Bella para siempre”. Se decía que hasta la misma Reina Victoria y la Emperatriz Eugenia de Montijo pedían su consejo para mantenerse jóvenes y aunque lo más probable es que fuera mentira, ella se encargó de alimentar los rumores para aumentar los beneficios. Finalmente resultó que los productos que vendía no pasaban, en el mejor de los casos, de cosméticos comunes, y que el verdadero negocio de Madame Rachel era el chantaje al que sometía a sus clientas después de conseguir acceder a sus más oscuros secretos. Finalmente fue denunciada por una de ellas y encarcelada.
En 1900 llega a Londres Eleanor Hunt procedente de la India, en dónde su marido ha estado destinado como médico militar y abre un centro de belleza con el nombre de Eleanor Adair. Fue la verdadera pionera y una gran experta en el mundo de la belleza. Bajo mi punto de vista de esteticista, su gran legado es la creación de protocolos de trabajo profesionales. Introduce en su centro los tratamientos de electrolisis para depilación eléctrica, los masajes, corrientes galvánicas para estimular la musculatura y los “corsets faciales”, un tipo de vendaje que supuestamente moldea el óvalo facial durante la noche. Desarrolló además, varias líneas de productos cosméticos para seguir una correcta rutina facial. También recomendaba a sus clientas ejercicio físico y alimentación equilibrada para mantener la belleza.
En 1902 inaugura un salón en París y en 1903 en Nueva York, ambos con gran éxito. Además de su amplia contribución a los nuevos avances en tratamientos, Adair es la persona que introduce en el negocio de la belleza a una joven canadiense llamada Florence, que en 1909 se independiza y abre su propio negocio. La marca seguirá en activo hasta 1930, año en el que desaparece.
Junto con otra compañera Florence abre un salón de belleza en la Quinta Avenida de Nueva York en el que comienza a desarrollar sus propios protocolos. Al cabo de un tiempo se queda con el negocio y se asocia a dos hermanas peluqueras para dar un servicio de belleza completo. Se interesa por la fabricación de cosméticos para crear una nueva línea de productos exclusivos y nace Elizabeth Arden como marca. Es una mujer muy inteligente, buena vendedora, entiende mucho de cosméticos y sabe interpretar los deseos de las mujeres, así que lo tiene todo para triunfar. Hasta ese momento, los salones se ubican en entresuelos o pisos altos para mantener la privacidad de las clienta, pero los tiempos cambian y ella da un paso adelante pintando la puerta de entrada en rojo para que todo el mundo pueda verla.
En 1919, Dorothy Gray, que ha trabajado para Elizabeth Arden, crea su propia marca e inagura un salón con su nombre. Aplica todo lo aprendido de su antigua jefa y desarrolla una línea de productos con mucho éxito. En 1927 vende su marca a Lehn & Fink y después se retira.
A comienzos del siglo XX pero en Las Antípodas, otra joven mujer emprendedora sabe ver la necesidad de las mujeres australianas por cuidar su piel. Crea una línea de productos propia y abre su primer salón. Hablamos de Helena Rubinstein, otra de las reinas de la belleza moderna. Helena abrirá un salón en París y otro en Londres, pero es en 1915 cuando aterriza en la ciudad de Nueva York para expandir su negocio internacional con gran éxito.
Estas grandes mujeres emprendedoras son las precursoras de los cambios que llegaron a lo largo de la década de los “locos años 20” con el acortamiento de las faldas y las barras de labios, entre otras muchas cosas.