¿Quieres que tus hijos hagan de la solidaridad su bandera? Te damos unas pautas para incorporar este valor en el día a día.
¿Sabes qué es exactamente la solidaridad? Se trata de ayudar sin pedir nada a cambio y es uno de los valores humanos por excelencia.
Existe un componente neurobiológico que nos impulsa a ser solidarios -no hace falta más que ver cómo se organiza todo el mundo para ayudar cuando ha habido una desgracia en su entorno más cercano- y este valor es uno de los aprendizajes más importantes que se ejercitan en las aulas, con el fin de influir y mejorar la forma de pensar y actuar de los niños.
El hogar también es un lugar para afianzar estos valores. Por eso, es necesario conocer algunas pautas que contribuyan a potenciar personalidades más solidarias, generosas y comprometidas, tanto en el cole como fuera de él.
¿Eres una persona solidaria? ¿Crecen tus hijos en la idea de la solidaridad? Es un sentimiento y, a la vez, una actitud que aunque venga de serie en casi todos hay que promocionarla para que cunda.
Ana Herrero, psicóloga y coordinadora del Departamento de Orientación del Grupo Brains International School, nos propone 5 consejos para incorporarlos al día a día. A ver qué tal se nos da.
Desarrollar la empatía
Si los adultos nos mostramos empáticos con los niños, reconociendo y validando sus emociones (no necesariamente sus conductas), es más fácil que ellos aprendan a ser empáticos con los demás. La solidaridad implica acciones para ayudar a otras personas, y esto nos va a hacer sentir bien. Según algunos estudios, la oxitocina -conocida como la hormona del placer- aumenta en el organismo hasta en un 80% cada vez que la persona realiza una donación a un tercero de forma desinteresada. A partir de ahí, desde la empatía se puede llegar al valor de la justicia emprendiendo acciones solidarias que implican superar el individualismo, el egoísmo o la comodidad, para repercutir en el bienestar o felicidad de otras personas.
El proceso se puede hacer de lo cercano a lo lejano: por ejemplo, contribuir en tareas domésticas, compartir con los hermanos, ayudar a los compañeros que les cuesta más hacer algún ejercicio, etc., y a partir de ahí implicarles en acciones como poder renunciar a cosas que tienen (ropa, juguetes), y que aprecian, para donar a otros niños con menos recursos.
No tener miedo a hablarles de todo
Comprender el dolor o las necesidades ajenas ayuda a los más jóvenes a empatizar y acercarse a otras realidades y no los traumatiza. Lo que hay que hacer siempre es adaptar el mensaje en función de la edad de los niños, adaptado a su lenguaje. Así, explicarles el efecto que puede tener su acción les hace sentir agentes de cambio y darse cuenta de la suerte que tienen de contar con una familia, una casa, unos padres, amigos y bienes materiales, como los regalos en sus cumples o en Navidad.
Compatir con los niños buenas lecturas y películas
A través de cuentos y películas, los más pequeños también aprenden y ahí es donde empatizan con los personajes que sufren injusticias, o que necesitan ayuda, motivando en ellos el deseo de hacer algo para que se sientan bien, se salven, triunfe la verdad, la bondad… Los buenos libros e historias les pueden dar un modelo de cómo actuar desde estos valores, y los adultos podemos ofrecerles o facilitarles esos libros o disfrutar juntos de una buena peli y luego hablar con ellos para hacerles reflexionar o tomar conciencia del efecto de la solidaridad en el bienestar de los demás.
Inmersión en otras culturas
Hoy en día, tenemos la oportunidad de conocer y experimentar las tradiciones y formas de vivir de otras sociedades sin tener que salir de casa. Para generar curiosidad y empatía es un ejercicio muy efectivo animar a que los niños conozcan tradiciones de otros países como el año nuevo chino, el Día de los Muertos en México o cualquier festividad que amplíe su visión del mundo para que se den cuenta de que existen otras formas de vivir diferentes a la suya.
Que haga deporte
La sensación de trabajo en equipo es muy importante, y el deporte es un escenario perfecto para su desarrollo: genera compromiso y comunicación con los distintos integrantes, prácticas que les facilitarán más adelante a comprender la necesidad de ser solidarios. Por ejemplo, si están jugando un partido de fútbol, podemos enseñarles que lo importante no es quién marca el gol sino el trabajo que hace cada uno de los jugadores por el bien común del equipo.
En definitiva, la solidaridad es una capacidad innata en todos los niños pero su desarrollo depende en parte de la ayuda de los adultos.