Por qué Karl Lagarfeld era el mejor diseñador de moda, su historia lo dice.
Volvió a su lámpara el misterioso genio, el más arrogante y soberbio modista, fotógrafo impresionante, decorador exquisito, artista y humanista, perfeccionista al extremo y gran diseñador que pasará a la Historia, entre otros méritos, por haber resucitado a Chanel.
Sí, pasará a los libros de Historia de la Moda por haber resucitado o haber sacudido a una marca agonizante de toda la polilla y telas de araña, para convertirla otra vez en la marca con más carisma del mundo, apta para jovencitas o setentonas. Le sucede, ya oficialmente, Virginie Viard, su mano derecha desde hace 30 años, después de que Karl ingresara en la Maison en 1982.
Una catarsis que sólo él pudo llevar a cabo con su coleta de Barry Lindon: conservar el espíritu de la casa, sus tweeds, sus matelassés, sus bailarinas bicolor, sus cadenas largas ya algo rancias, y mezclarlas por el arte de birlibirloque, con la minifalda, los colores fluor, las plataformas, las deportivas, el neopreno….
Un híbrido que podía haber sido una payasada y resultó ser una genialidad. El germánico, caprichoso, antipatiquísimo y workalcoholic Karl había catapultado el logo de Chanel a lo más arriba de la modernidad, estilo y elegancia en todo el mundo.
Controlaba cada ínfimo detalle de sus desfiles y los convertía en verdaderas performances. ¡¡¡ Cómo fue aquel en el Grand Palais transformado en un supermercado donde las modelos compraban con sus carritos el Fairy y los pañales!!!
‘Con esto quiero representar que un traje de alta costura debes llevarlo con la naturalidad que llevas un vaquero. Esa es la elegancia”. O aquel otro que emulaba en el mismo lugar los jardines de Versalles. Su ausencia en el último desfile el pasado enero, hizo que comenzara el rumor. La máquina alemana se apagaba. Comprendí al ver el documental ‘7 days before’, en Netflix (imprescindible para comprender el poderío de Chanel y del modisto) cómo un simple fleco arrugado provocaba un grito del director, capaz de idear 10 colecciones al año para Chanel, las de Fendi, las de su propia marca, dibujar todos los bocetos (pintaba de maravilla, fotografiar él mismo sus colecciones, que ideaba con una imaginación de Alicia en el País de las Maravillas).
‘La soledad es el más grande de los lujos’ decía este personaje dieciochesco que no callaba o que decía: “Adèle (la cantante) está gordísima”. “He mandado diez trajes a Alberto de Mónaco para su boda pero está hecho una bola y no le estarán si no pierde veinte kilos”. Él mismo había perdido 30 kilos y publicado un libro sobre cómo lograrlo. Cuando le concedimos el premio de La Aguja de Oro de la Moda en 1984 ni siquiera escribió para decir que no vendría a recogerlo.
Decoró palacios y hoteles como el Schlosshotel de Berlín, hizo decenas de exposiciones fotográficas, no faltó a ninguna cena en la que le esperaran sus amigos. Era el caso de Carolina de Mónaco y su hija Carlota, a las que adoraba y aconsejaba qué Chanel Couture tenían que llevar en cada fiesta de gala, cada cual más glamouroso y refinado que el otro.
Fue íntimo de Saint Laurent y este hijo de empresario alemán y vendedora de lencería berlinesa trabajó antes para Balmain, Patou, Chloé… Nunca quiso parecerse a nadie. “La personalidad empieza cuando termina la comparación”. Hace tres meses pidió que le incineraran sin ninguna pompa junto a su gatita Choupette, la única compañera que siempre aguantó sus abruptos vaivenes.
Adiós, Karl.