El combinado sol, playa y verano puede ser todo un shock para nuestra piel; sometida de repente y por un breve espacio de tiempo con esa naturaleza que tanto escasea en nuestra vida cotidiana y en la mayoría de las grandes ciudades que en el mundo son. Un buen moreno empieza con un discreto autobronceado y varias medidas fotoprotectoras destinadas a todas y cada una las zonas sensibles de nuestro cuerpo: piel, ojos, labios, cabello.
El contacto con la naturaleza debe hacerse con-tacto. Poco a poco y con la piel a cubierto de esa naturaleza extraña, cambiada y enrarecida que cada vez se pone más violenta. La virulencia de los rayos ultravioleta es cosa sabida y cacareada por todos. Pero lo que se acalla son los beneficios que tiene el sol y que son muchos siempre que se tome de forma inteligente, es decir de manera regular y siguiendo las normas básicas que nos cuentan los dermatológos.
Es decir, que necesitamos más vacaciones si queremos volver a casa con un bronceado canela cual zíngara hiperpigmentada. Lo dicho, por qué no te buscas una buena palmera datilera y disfrutas de la sombra más tupida que puedas encontrar y si tus vacaciones superan los 9 días y 7 noches, se te permite salir de debajo de la palmera entre 5 y 10 minutos, pero tampoco mucho más. Si quieres quedarte a tomar algo en el chiriguito y vuelves a insistir en tumbarte en la toalla, entonces tienes que hacer uso y disfrute de la famosa reaplicación de cualquier bronceador que previamente te deberías haber aplicado 20 minutos antes de salir de tu apartamento con dirección a la playa.
Si tienes alguna duda, vuelve a ponerte un poquito más de fotoprotector y en capa abundante, pero sin llegar a parecer una momia. Aunque dicen los dermatológos que si no te lo aplicas en ese plan, resulta escaso y muy poco eficaz.