Si tu rutina de skincare dura más que un capítulo de tu serie favorita, puede que tengas un problema. En la era del layering, del retinol por las noches y la vitamina C por las mañanas, del sérum iluminador, del ácido exfoliante ‘solo dos veces por semana’ (pero con otro ácido diferente en los días intermedios), muchas han (o, ehem, hemos) caído en la trampa de pensar que más es mejor.
Pero, ¿y si te dijéramos que tu piel no necesitaba tanta ayuda? En cuestión de skincare, el exceso de producto puede ser tan perjudicial como el defecto.
La piel, ese órgano con contrato fijo
A diferencia de nuestra Wi-Fi, la piel sabe autorregularse. No se corta a la mitad del día ni requiere un reinicio cada noche. “La piel es un ecosistema complejo que se autorregula”, explica Alejandro Fernández Casado, dermatólogo del Hospital CIMA de Sanitas. “Cuando utilizamos demasiados productos, o los combinamos incorrectamente, alteramos su equilibrio natural. Esto puede generar inflamación, sequedad y hasta sensibilización crónica”.
En otras palabras: tu piel no necesita que la ‘gestiones’ como si fuera un negocio con crisis de liderazgo.
Demasiado amor (en forma de skincare) puede ser tóxico
A veces, en un intento de conseguir la piel perfecta, nos encontramos exactamente lo contrario. Y es que, como en el amor, en el skincare el exceso de atención puede ser asfixiante. Entre los efectos secundarios de esta obsesión están:
Irritación cutánea. Activos potentes que eliminan los aceites naturales de la piel, dejándola desprotegida. Básicamente, una mudanza forzada para tu barrera cutánea.
Sensibilización crónica. La piel se vuelve reactiva. Cada producto es un posible enemigo. Es como entrenar un perro para que no confíe en nadie, ni en su propio dueño.
Acné cosmético. Algunos aceites y cremas densas pueden obstruir los poros, creando brotes inesperados. O lo que es lo mismo: gastaste una fortuna en skincare y ahora pareces una adolescente en plena pubertad.
Dependencia cosmética. La piel se acostumbra a ciertos ingredientes activos y deja de responder. Como si tu sérum con péptidos fuera un ex que te hace ghosting.
La generación del miedo a la piel sin filtro
A esto se suma un problema mayor: la obsesión estética impulsada por las redes sociales. Entre adolescentes y jóvenes adultas, la idea de una piel sin textura, sin poros, sin una mínima arruga de expresión, se ha convertido en una meta poco realista. Y lo peor: para alcanzarla, muchas se aplican más productos de los que su piel puede procesar sin declararse en huelga.
“La ansiedad por la apariencia física está aumentando. Esta obsesión no solo afecta la salud de la piel, sino también el bienestar emocional”, advierte la psicóloga María Calle, de Blua de Sanitas. Porque sí, obsesionarte con tu piel puede hacer que se vea peor, pero también puede afectar tu confianza y tu relación contigo misma.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Tiramos todo el skincare a la basura?
No hace falta llegar a tanto. Pero sí se recomienda simplificar. Según los dermatólogos, una rutina efectiva debería incluir solo lo esencial:
Limpieza suave. Sin exfoliantes diarios ni jabones que dejen la piel más seca que un desierto. Fíjate en la composición: si incluye ingredientes hidratantes como las ceramidas o el ácido hialurónico, vas por buen camino. También es interesante que no contenga surfactantes agresivos.
Hidratación. No necesitas 14 capas de sérums. Con un buen humectante, tu piel estará feliz.
Protección solar. Porque sin esto, todo lo demás no vale nada. Es como intentar cuidar un bonsái y luego dejarlo al sol del mediodía en agosto.
Y si de verdad quieres un glow saludable, recuerda que la belleza no solo viene en un tarro. Una alimentación rica en frutas cítricas, pescado azul, frutos secos y vegetales de hojas verdes hará más por tu piel que esa ampolla de 100 euros que promete milagros.
Conclusión: menos es más (y tu piel te lo agradecerá)
La piel no necesita que la bombardees con activos de ultimísima generación, ni que la asfixies con 12 capas de productos. A veces, solo quiere que la dejes respirar. Que la mires al espejo y pienses: ‘Con mis poros, mis texturas y mis pequeñas imperfecciones, sigo estando bien’.
Así que la próxima vez que sientas el impulso de añadir otro paso a tu rutina, recuerda mirar en el fondo de tu alma y valorar a conciencia si realmente necesitas ese producto. Quizá sea mejor apagar ese tutorial de skincare y tomarte un té verde.