Rejuvenece las facciones y alegra la cara. Qué más le podemos pedir al Wolf cut.
No está más de moda porque no puede. Falta que se lo haga Doña Letizia, o mejor aún: Leonor.
El Wolf Cut es el almíbar de los cortes de pelo, el delicado néctar que brota al fusionar y destilar el Mullet y el Shag. El feliz encuentro entre las décadas de los 70 y 80 y las estéticas rock y punk. Puro estilo.
Dejando a un lado las referencias, se trata de un corte sumamente favorecedor para casi todos los tipos de rostro, puesto que, esencialmente, un Wolf cut canónico, pata negra, se articula sobre capas y capas desfiladas que enmarcan la cara. El volumen se concentra en la parte superior y la nuca se despeja, pero sin sacrificar el largo.
El flequillo es bienvenido en cualquier tipo de longitud y estilo. Y he aquí lo mejor: admite tanto el liso de una geisha japonesa, como patrones rizados. Y siempre queda resultón.
El invento recibe su nombre del pelaje de los lobos, irregular y de aspecto desaliñado (lo entenderemos como ‘efortless’, aplicado al caso humano). Crea un marco perfecto en torno a las facciones y resulta ideal para realzar los rasgos. Al mantener el ‘abrigo’ del largo en la parte de la nuca, no sentirás que llevas el cabello corto. Y, si te cansas del largo, prueba a hacerte una simple coleta: las capas del Wolf cut quedan preciosas en torno al rostro.
Otra de sus muchas ventajas es lo sencillo que resulta mantenerlo: basta con aplicar algún producto de styling (el que resulte adecuado para tu tipo de pelo) y secarlo boca abajo para ‘avivar’ un poco las capas superiores y marcarlas bien, especialmente en medios y puntas para que cojan movimiento.
Para pelo ondulado y abundante diría que es El Corte: organiza la melena ahí donde quieres tener el volumen y da mucho rollo.
El único caso en que está desaconsejado es en melenas poco densas, porque al llevar tantas capas, puede hacer que se vea pobre.