La palabra francesa boudoir significa tocador y hace referencia a la zona de la casa en la que una dama del siglo XIX se aseaba, vestía, peinaba y cuidaba de su belleza. En los siglos XX y XXI basicamente sirve para lo mismo, pero la industria cosmética ha cambiado completamente la historia.
Carmen Molina Estañ, esteticista y coleccionista de objetos de tocador del siglo XIX nos desvela los secretos de belleza del boudoir de una dama.
Era una zona privada, muy íntima, en la que se guardaban secretos de belleza tachados de pecaminosos para la moral de la época. Con el tiempo se fue dando un matiz diferente a la palabra, puede que por el secretismo con el que se trataba lo que guardaba (lencería, cosméticos…) o porque en francés todo suena más sensual, el caso es que si ahora mismo escribimos la palabra boudoir en cualquier buscador, la encontraremos ligada a lencería y sesiones de fotos atrevidas, en lugar de a un tocador clásico.
Qué productos de belleza había en el tocador de una dama del siglo XIX.
Debemos tener en cuenta que tras la Revolución Francesa de 1789, los cambios políticos y económicos que se producen hacen mella en la sociedad y, por supuesto, en la moda, que se simplifica y retoma el gusto por lo natural. El uso indiscriminado de maquillaje por parte de hombres y mujeres queda relegado a las señoras de mal vivir, los perfumes se utilizan de forma puntual, dejando paso a las aguas de colonia y las grandes pelucas empolvadas se cambian por peinados inspirados en la Grecia clásica. Dicho esto, vamos al lío.
El concepto de higiene en el siglo XIX deja mucho que desear, visto desde una perspectiva actual. Las personas más pulcras se lavaban a diario por zonas con agua y jabón o utilizaban una muselina empapada en agua de colonia para frotar cuello y axilas, para deshacerse de olores indeseados. El pelo se lava poco y con los mismos jabones usados en el cuerpo, por lo que después del lavado se hace necesario utilizar unas gotas de vinagre en el agua del último aclarado como acondicionador.
Era muy común el uso de vinagres perfumados. Se maceraba el vinagre con plantas como lavanda o romero, para transferir tanto las propiedades de la planta como su aroma. Estos vinagres se utilizaban en el rostro rebajados con agua como astringente, en el pelo para acondicionar y como desodorante en una pequeña esponjita metida en un colgante. En las últimas décadas del siglo, el movimiento romántico puso de moda entre las jovencitas beber vinagre para conseguir un aspecto frágil y demacrado, lo que tuvo consecuencias nefastas para las fashion victims de la época, que eran capaces de pimplarse el mejunje por el mero hecho de ser más modernas que nadie, aún a riesgo de perder la salud.
Para limpiar un cutis sensible se solía utilizar avena. Este era un uso muy frecuente en Reino Unido ya que se consideraba un método para blanquear la piel y eliminar las tan temidas pecas. Para ello se reciclaban las gachas sobrantes de dicho cereal, se frotaban sobre la piel ligeramente humedecida para luego aclarar con abundante agua. La avena tiene un gran poder reparador e hidratante que ayudaba a las damas a mantener su rostro inmaculado.
Hoy en día se utiliza la avena coloidal, avena pulverizada tan finamente que al entrar en contacto con el agua forma un coloide (gel) que limpia, hidrata, calma y repara. Se recomienda sobre todo para el baño de pieles muy sensibles y calma los picores producidos por la varicela, aunque en ese caso se diluye en agua tibia para hacer un baño de inmersión, sin frotar en ningún momento.
El agua de rosas también era un invitado habitual en los tocadores más pudientes. Se utilizaba como tónico astringente para el rostro y para elaborar algunas cold cream, cremas muy untuosas para pieles secas o maduras. También se usaba para preparar Agua Virginal o Agua de Venus, añadiendo unas gotas de tintura de benjuí, que daba un aspecto lechoso al preparado y lo transforma en un tónico facial delicioso.
Entre las damas de posibles era común utilizar aceites de almendras dulces y de oliva para hidratar la piel y aceite de ricino para el cabello. En centro Europa era habitual el uso de Ghee o mantequilla clarificada, que repara y suaviza las pieles expuestas a climas extremos. Incluso se utilizaban pomadas hechas a base de grasa animal y ceras para las pieles ásperas.
Los polvos perfumados eran uno de los caprichos que cualquier señora de bien tendría siempre en su tocador. Para el cuerpo tenian el polvo de talco perfumado, cuyo uso estaba bien visto por la sociedad de la época y el almidón de arroz se reservaba para hacer polvos faciales dado su elevado precio. Los polvos de arroz tienen una acción protectora y reparadora sobre la piel que los hace muy adecuados para el uso diario y proporcionan el aspecto blanco y aterciopelado tan del gusto en la época. Las damas los utilizaban con precaución y estaban vetados a las señoritas casaderas de buena familia.
¿Cómo era el colorete en aquella época? Se preparaban macerados de pétalos de rosa o de amapola en algún aceite o grasa para conseguir una pomada de color sutil, utilizada en mejillas y labios de forma casi imperceptible, pues de no ser así podría quedar en entredicho la virtud de la dama. Es por eso que las niñas casaderas listas para exhibirse en los bailes de salón, recurrían a frotar sobre su piel alguna fruta roja e incluso llegaban a pincharse en un dedo para obtener una pequeña cantidad de sangre con la que colorear labios y mejillas. Por raro que parezca, se consideraba una práctica elegante y sobre todo, virtuosa.
El cuidado de las uñas de una dama de bien consistía en llevar las uñas pulcras, cortas y opcionalmente pulidas. No necesitaba más, ya que una señora siempre salía de casa con guantes.
A finales del siglo XIX, el tocador de las damas se llenó de productos manufacturados más específicos para el cuidado de cutis, preparando la revolución en el cuidado de la belleza que llegaría en el siglo XX con los avances de la industria química. Pero eso es otra historia…
Carmen Molina Estañ es directora del salón de belleza L´essència de Hebbe
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