Pero, ¿quién es Nicki Minaj?
No faltan los adjetivos para describirla aunque su look deje literalmente sin palabras (speechless, que dicen por ahí). Discreta, elegante, sobria, austera y ponderada, un poco como siempre, Nicki Minaj no dudó en interpretar (a su manera) al personaje de Chun-Li de Street Fighter, a quien la estrella dedicó una popular ‘tonadilla’, para recoger su premio MTV 2018 al Mejor Vídeo de Hip Hop.
Ve tomando asiento porque ‘lo que vas a ver a continuación te sorprenderá’…
Fascinante todo, ¿no?
Como muchas otras, Nicki Minaj es de esas artistas que no se entienden fuera de contexto. Por mucho que apreciemos cómo rapea, si es que lo apreciamos, no hubiera conocido éxito similar sin las redes sociales, los avances de la cirugía estética, los responsables de marketing de su casa discográfica o la alocada creatividad de sus maquilladores y estilistas. Sólo en la Era PostInternet se puede concebir que una cantante comparezca en una alfombra roja a recoger un reconocimiento de la industria musical en lycra, transparencias y distópicos volúmenes corporales modelados a golpe de bisturí, y la jugada se salde con varios miles de seguidores más en su cuenta de Instagram.
En estos tiempos divertidísimos y aciagos es complicado tener certezas, interpretar correctamente las señales. Básicamente porque no hay consenso de qué es lo ‘correcto’, más allá de acumular muchos seguidores (eso siempre será bueno y sacrosanto, porque es rentable). La estética de la diva de barrio, chandalera, enjoyada, excesiva y apretada, apenas hace 5 años de un inequívoco mal gusto y socialmente kamikaze, es hoy una tendencia que se alienta sin ambages en la amplia horquilla que va del lujo al low cost: de Ricardo Tiscci a Bershka, todos han pasado por el mismo y gigantesco aro (de pendiente). ¿Qué hacemos, pues, con el lookazo de doña Nicki?
Hay corrientes feministas que se posicionarían a favor del atuendo de la rapera como parte de su derecho fundamental a mostrar su cuerpo en público como le dé la gana, tachando de puritanas las ideas divergentes. Para ellas sería una mujer empoderada, vanguardista y necesaria, lejos del estereotipo de dama en apuros o de la princesa delicada y virginal. Otras, igualmente feministas, verían cosificación o la enésima (e irritante) explotación del look Barbie, con cierta deriva infantiloide de llamar la atención como quien grita caca-culo-pedo-pis.
¿Quién eres, Nicki, por qué no nos desvelas los misterios ocultos de tu look? ¿Por qué resulta que una rapera excéntrica tiene que crear una corriente de opinión y darnos este quebradero de cabeza? A lo mejor, y me perdonan la ingenuidad de lo que voy a escribir, lo único que falla son los referentes, pretender definir nuestros pensamientos y encontrar un role model en las profesionales del espectáculo, sean cantantes, modelos o actrices, en lugar de en científicas, escritoras, cocineras, zapateras, diseñadoras, ejecutivas, panaderas y demás actividades que no gozan de tanto asedio mediático porque no son tan vistosas. A lo mejor lo que falla no son nuestras pobres e indecisas mentes poco juiciosas o, como dicen (de forma todavía más rastrera) el feminismo, sino el valor que otorgamos a la presencia constante y sonante en medios.
Vístete como te salga del coño, Nicki, y dejemos de hacer de ti el germen de un debate sobre cómo tenemos que ser las mujeres.