La contaminación por plásticos es, según la ONU, uno de los problemas más importantes de nuestro tiempo.
¡Ojo al dato! Cada año se vierten al océano 13 millones de toneladas de plásticos que tardan en degradarse más de 100 años.
Ante este panorama, no me extraña que las organizaciones medioambientales, médicas o alimentarias hayan dado la voz de alerta para que usemos menos plásticos y para que los que usemos se reciclen, porque los microplásticos -pequeñas partículas de menos de 5 milímetros- suponen un peligro para el medioambiente, lo que repercute tanto en la vida marina como en nosotros mismos.
Puede parecer graciosa esta imagen, pero maldita la gracia… Cada año, según Greenpeace, se producen 500 millones de botellas de plástico. La producción de este material en el mundo es una cifra escandalosa: más de 300 millones de toneladas métricas de plástico, 60 de los cuales se generaron en Europa.
Ahora mismo, hay 9 millones de toneladas de plástico esparcidas por todo el planeta y, según la revista National Geographic, sólo se recicla el 9% del plástico que utilizamos y la mayoría se queda en vertederos, lo que quiere decir que acabará en el mar.
Mal asunto porque tanto plástico, además de crear grandes mares de plástico, llega al estómago de los animales. Unos no lo soportan y mueren y otros lo digieren. ¿Qué sucede? Que luego nosotros comemos pescado que contienen esos microplásticos.
Por ende, un estudio de la Universidad de Melbourne demuestra que los microplásticos pueden ser un vector de contaminación química de la cadena alimentaria que aumenta la exposición a contaminantes hormonales e impacto en la movilidad, reproducción y desarrollo. Otro trabajo realizado entre los consumidores de marisco en Europa confirma que cada persona consume alrededor de 11.000 microplásticos al año. Del 99% de microplásticos que se ingieren, al menos un 1% se queda en los tejidos.
Varios gastroenterólogos ha mostrado en un simposio en Viena (Austria) que habían encontrado 20 microplásticos por cada 10 gramos de materia fecal. Para averiguar este dato, los especialistas habían tomado muestras de heces de varios voluntarios que siguieron su ritmo de vida normal. Cuando estudiaron los resultados vieron que de los 10 plásticos más buscados, encontraron 9 de ellos en las heces de los voluntarios. Uno de los plásticos hallados fue el propileno con el que se fabrican los envases de leche, zumo y la mayor parte de las botellas de plástico.
¿Cómo sucede esto? Los contaminantes se absorben en las partículas de microplásticos y el zooplancton los ingieren. Estos pequeños organismos se encuentran casi en la base de la cadena alimentaria marina, por lo que multitud de especies se alimentan de ellos, y aumenta el riesgo de que los contaminantes lleguen hasta el ser humano.
¿Cuánto tiempo usas una bolsa de plástico? ¿Desde el súper a casa? Pues luego tarda en destruirse más de 100 años. La presencia de microplásticos marinos en los productos del mar podría representar una amenaza para la inocuidad de los alimentos. No sabemos qué es más importante si la presencia de partículas o su posible toxicidad. De todas maneras, debido a la complejidad de la estimación de la toxicidad microplástica, las estimaciones de los riesgos potenciales para la salud humana planteados por los microplásticos en los alimentos no son aún posibles.
Pero no es necesario acumular tanto plástico y que llegue a esos mares que han aparecido este año y fueron dados a conocer por la fotógrafa británica Caroline Power con kilómetros y kilómetros de extensión. Reconocido el problema, hay que buscar la forma de minimizarlo y de resolverlo. Y, creo que aún estamos a tiempo de solucionarlo; gracias a que hasta mediados del siglo pasado no empezó a producirse a gran escala sólo tenemos que “lidiar” con 8.300 millones de toneladas.
Recuerda que no sabemos exactamente cómo puede afectar a nuestro organismo.