Colores eminentemente femeninos o masculinos, juguetes perfectamente diferenciados, pendientes…, desde que nacen, enviamos a nuestros hijos constantes mensajes que hablan de diferencias entre hombres y mujeres.
Bienvenid@s a nuestro post feminista del mes. Un día 8 más celebramos que el 8 de marzo las mujeres –acompañadas de muchos hombres- nos echamos a la calle en masa para gritar que estamos hartas de manadas, patriarcado y desigualdad.
Un día para la reinvindicación que fue histórico y con el que cogimos impulso y fuerza para seguir peleando por cambiar las cosas. Porque aún queda mucho por conquistar.
Cuando fui madre por primera vez tuve una cosa muy clara: haría todo lo posible para que mi hijo creciera creyendo que mujeres y hombres somos iguales. Ahora, tres años después, he comprobado que no es una tarea tan sencilla como yo pensaba, porque aunque yo ponga todo de mi parte, la sociedad pone mucho de la suya para que Martín piense que no somos iguales.
Porque con solo tres años, Martín me sorprende con comentarios como que el rosa es de niñas, o el de ayer, cuando me dijo que los chicos son más fuertes que las chicas. ¡Cómo es posible, si en casa no ha podido oír tal cosa, si nosotros lo educamos en valores de igualdad! Pero el machismo está en el aire y la sociedad, nos guste o no, también educa.
Aunque mi primer impulso fue contestarle algo exaltada “¡seréis más fuertes, pero nosotras somos más listas!”, le expliqué que todos, no por ser hombres o mujeres, somos diferentes, los hay más fuertes, menos, que corren más, altos, bajos…, pero todos tenemos que ser tratados como iguales. Cuando sea un poco más mayor le contaré –creo que entonces seguiremos más o menos igual- que aunque estamos en el siglo XXI las mujeres occidentales –las de otras zonas del mundo lo tienen todavía peor- no tenemos igualdad de oportunidades, sueldos equiparados, la misma tranquilidad de ir solas por la calle que un hombre, un reparto igualitario de las tareas…
La maternidad me está enseñando mucho a todos los niveles, pero en materia de igualdad también. Hoy hace 6 meses fui madre por segunda vez y cuando Abril nació me planteé algo aparentemente insignificante o menor pero que con los meses se está convirtiendo en un pequeño gran símbolo para mi: decidí no hacerle pendientes.
Dudaba, no lo tenía claro, pero día a día me reafirmo en mi decisión. A las niñas se nos marca desde pequeñas, un claro ejemplo de desigualdad pero totalmente asumido por la sociedad. ¿Y sabéis qué es lo peor de todo?, que si siguiera haciéndose de forma rutinaria en los hospitales, quizá ni me lo hubiera planteado.
En este medio año lo que más he escuchado es: “¿es un niño?”, yo pacientemente respondo: “no, es una niña”, e inmediatamente escucho: “ah, como no lleva pendientes”. Los pendientes, claro, son fundamentales para determinar el sexo de un bebé pero no si va con vestido y completamente de rosa.
Tampoco debería asombrarme tanto, de pequeña yo tampoco llevaba pendientes –me daban alergia- y llevaba el pelo corto, así que el error, en mi caso era también recurrente. Recuerdo un día en el que iba con vestido y alguien le dijo a mis padres: “que niño tan guapo”.
Pero en todo este asunto que podría parecer insignificante, subyace algo ciertamente preocupante: nos enseñan desde pequeñas a soportar el dolor, nosotras estamos hechas para sufrir, ellos no. Cuando ya estoy cansada de la misma pregunta una y otra vez, respondo: “cuando sea mayor, que decida ella si se los quiere hacer, yo no voy a hacerle sufrir”, y en este caso la réplica es unánime: “si ahora tan pequeños no le duele, ni se enteran, es como ponerles una vacuna…”.
Con 24 años volví a hacerme los agujeros en las orejas porque de no llevar nunca, se me habían cerrado los agujeros, y puedo garantizaros que sí duele, bastante, y hasta que se cura la herida, es bastante molesto. No es que no les duela, es que no pueden gritarte, insultarte, ni se acordarán del dolor para poder echártelo en cara cuando sean mayores, pero claro que les duele.
Desde pequeñas se nos enseña a sufrir, a aguantar el dolor: pendientes, depilación, tacones… Hablaba la socióloga Marina Subirats en una entrevista de un sorprendente fenómeno que observó en un país del sur de África. Allí las mujeres iban a trabajar con sus hijos encima y si el niño lloraba inmediatamente la madre le daba de mamar para que no llorase, pero si se trataba de una niña, la dejaban llorar. Al preguntar a la madre, ésta le respondió que a las niñas había que acostumbrarlas porque les iba a tocar sufrir mucho en la vida.
Censuramos costumbres machistas como la ablación, el rito de la virginidad o el pañuelo pero no nos planteamos que muchas de las tradiciones comúnmente aceptadas también marcan la desigualdad de hombres y mujeres desde la cuna.