Se dice que el éxito es la suma de elementos como el talento, la constancia, la red de contactos o la suerte. Pero no es lo único: según el estudio publicado por los sociólogos Jaclyn Wong y Andrew Penner, usar maquillaje para ir a trabajar podría suponer un jugoso incremento de hasta 6.000 dólares más al año que yendo a cara lavada. Como lo lees, querida compañera de fatigas, el rubor poscoital de bote y las máscaras efecto pestañas falsas quizá sean llaves de acceso al grato estilo de vida que el dinero puede comprar.
El atractivo físico mondo y lirondo siempre ha hecho la vida más fácil, no es nada nuevo, pero ¿qué se esconde detrás de este descubrimiento particular? Las razones, ay, se arraigan en los cimientos del discurso de la belleza.
Para comprender el ‘fenómeno’ –por llamarlo de alguna manera-, es indispensable saber qué sucede con la otra mitad de la población en edad de merecer. Las conclusiones del estudio sugieren que, si bien los hombres también se benefician de las ventajas sociales del grooming, en su caso sería suficiente con gozar de una genética afortunada. Ser un guaperas con buena planta, o al menos que te quede bien el disfraz de ejecutivo, vaya. En las mujeres se añade la variable de la inversión en cosmética: no sólo se trata de ser guapa, también hay que potenciarlo.
Veamos unos cuantos hechos interrelacionados en tono enunciativo –hoy me he dejado la toga de juez en la lavandería-.
1) Vinculamos la belleza a la autoestima. El relato social asociado a cuidarse no sólo es comer sano, hacer ejercicio o pensar en positivo, sino que implica otras actividades que no tienen nada que ver con la salud como pintarse las uñas o ‘mimarse en la pelu’.
2) Como efecto secundario, las mujeres que ‘se cuidan’ obtienen una retribución inmediata al construir una autoimagen positiva. Maquillarse o invertir dinero en ropa determinada no responden exactamente a necesidades como puede ser lavarse con jabón, sino que son la guinda de una rutina de aseo personal que sirve de vehículo a la expresión del estatus. Y una mujer que se siente poderosa es capaz de todo (hasta de facturar 6.000 más al año que las que no despuntan físicamente).
3) Este ejercicio de chapa y pintura se puede enfocar desde el victimismo o desde el triunfo. Desde cierto punto de vista, las mujeres nos sometemos a patrones opresivos y caros en clara desigualdad con los hombres. Desde otro, el maquillaje (o la ropa) son artículos que nos ayudan a empoderarnos (y mola mucho que las firmas inviertan tanto I+D y tantísima creatividad en seducirnos cada temporada. ¡Trabajan para nosotras!). En tu mano está decidir qué encaja mejor contigo. Quizá las dos sean igual de ciertas.
4) En este estudio en concreto no se menciona, pero sí en otros similares que he leído: el maquillaje contribuye a conseguir una imagen más profesional. Yo sé que si no me maquillo un poco parezco pocha de salud, pero de ahí a cuestionar mi desempeño en el trabajo… –juraría que los hombres no sufren este handicap. También se supone, ehem, que ‘envejecen mejor’-.
5) (Me había propuesto tono enunciativo, pero es que esto clama al cielo) El mundo es sexista. El heteropatriarcado es la ideología dominante. Dentro –únicamente- del contexto de la belleza, una mujer paga un alto precio por ‘ser mujer’, se llama la tasa rosa. Aunque, claro, si vamos a ganar más con ello quizá valga la pena.
Gracietas aparte -obviamente el maquillaje no es la clave del éxito, aunque el éxito se maquille-, ¿tú qué opinas, querida lectora? De la serie de famosas que ilustra este post, ¿bajo qué versión de sí mismas te parecen más competentes? ¿Has ganado o perdido alguna oportunidad laboral por el maquillaje?