A lo largo de mis 36 vueltas al sol, he tenido el pelo más o menos rizado, seco, graso, abundante o ralo según la edad, las hormonas y los disgustos.

Daba igual la condición en la que se encontrara mi melena. El encrespamiento estilo ‘acabo de meter un tenedor en el enchufe’ ha sido el apellido de cualquier otro adjetivo que pudiera usar para describirla. Y qué quieres que te diga, reconcome ligeramente, sobre todo cuando te da por acercarte a un poco de agua en verano o en esas edades en las que aspiras a verte adecentada y razonable.

A estas alturas de vida, había tirado la toalla por completo. ¿Engancharme a artilugios y  a elaborados rituales capilares? No compensa cuando eres madre de dos gatos y esforzada pluriempleada y amita de tu casa. Ahm, ni cuando tienes dos niños. En fin, ya había hecho migas con la resignación y el conformismo cuando me propusieron probar la exoplastia.

La exo¿what?, me dije mientras practicaba espeleología en el siempre sorprendente diccionario beauty. Ah, la joven técnica que se presenta como ‘una queratina mejorada’. Venga, pues la pruebo. Aún me quedaba una débil llamita de esperanza. Un vago hálito de optimismo, una escorbútica sensación de que yo, ¡yo!, también podía tener el pelito sellado y reflectante como un espejo en lugar de encabritado como una escoba de paja. Venga, va: probemos. Total, ya he pasado lo peor en mi relación con el encrespamiento. Cálmate, corazón, palpita suavemente, que ya tenemos una edad para venirnos arriba por cualquier cosita

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Pero no adelantemos acontecimientos y sigamos con la narrativa paso por paso. Como los clásicos. Primero fue el frizz indomable, los largos años de padecer indecibles sufrimientos y después el bendito tratamiento ¡semipermanente! (menos es fosco) que me ha dejado con aspecto de ser humano. ¡Albricias!

La técnica en sí no puede ser más sencilla. Ni menos agresiva, dicho sea de paso. No creas que te vas a estropear el pelo por un quítame allá ese encrespamiento. Sólo hace falta un inestimable recurso: el tiempo. El protocolo dura unas 4 horas, que bien te puedes tomar como un regalo de la vida para acabar un novelón o para hacer memoria de tu primer beso con el pelo de Robert Smith y regocijarte en esas escenas que no volverán… durante al menos 4 meses. Uno por cada hora plantificada en el salón, The Art Lab en este caso. Vale la pena aplanar las nalgas, ¿no?

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Te aplicarán un producto para abrir la fibra capilar de par en par y hacerla más susceptible a recibir la exoplastia. Otro ratito con el emplasto propiamente dicho, y a lavar y aplicar calor minuciosamente con la plancha, mechón a mechón, para que penetren los activos y el resultado se mantenga impoluto durante mucho tiempo. El pelo queda per-fec-to. No me gusta usar un adjetivo tan desgastado ni aunque lo troquele, pero es que no hay otro. Perfección total y absoluta, por tacto sedoso, aspecto saludable, manejabilidad, todo.

Lo peor es no poder lavarte el pelo en las siguientes 48 / 72 horas, lo que implica dejar las actividades deportivas esos días y resignarte a la laciedad total. El inicio de la excelente amistad con el pelo viene después, cuando te laves la melena y coja cuerpo y algo de onda manteniendo todos y cada uno de sus nuevos valores: brillo, sello y tacto gustoso. El mantenimiento comprende productos sin sulfatos ni siliconas y punto final. Si quieres ir más arreglada (¡aún!) sólo tienes que secarte el pelo con secador sin más para ‘activar’ la exoplastia. Adiós (durante 4 idílicos meses), odiosa fosquez.

Precio: 250 euros.

 

The Art Lab.

Irún, 25.

Tel: 91 758 68 78