Por suerte, Nueva York es también el hogar de un icónico centro de belleza, en el que se susurra que son capaces de hacer milagros hasta con las pieles más chuchurrías: el Red Door Spa de Elizabeth Arden. Así que decidí sacrificarme en nombre de Belleza Pura para experimentar en mis carnes un tratamiento facial y contaros mi experiencia.
No es menos cierto que Nueva York, además de ser una ciudad maravillosa, tiene una capacidad fuera de lo común para agredir mi sufrido cutis. Las temperaturas extremas en invierno y en verano, la humedad, la contaminación, y el estrés de sentir que siempre llegas tarde (porque para los americanos es un pecado llegar un minuto después de la hora acordada) me han dejado la piel bastante mustia.
El Red Door Spa de Elizabeth Arden es el lugar de peregrinación para las beauty adictas venidas de todo el mundo que necesitan tomarse un respiro de la Gran Manzana. Recientemente trasladado desde su icónica localización en el 691 de la Quinta Avenida neoyorquina a unas pocas calles más abajo, el nuevo edificio de cinco plantas mantiene intacta la esencia del spa abierto en 1910, a pesar de que han cambiado su enorme puerta pintada de rojo por una discreta entrada acristalada.
Para Elizabeth Arden “un interior cuidado se refleja en el exterior”. Esta declaración de intenciones se refleja en su Red Door Spa, donde parece que el tiempo se detiene. Con unos detalles cuidados hasta el extremo y un ambiente donde literalmente reina la calma, más que un centro de belleza parece un templo de meditación budista. Y es que este spa es un oasis en medio del gran caos que reina en las calles de Nueva York; tras cinco minutos en la sala de espera me había olvidado de que vivo en una de las ciudades más ruidosas del mundo.
Para comprobar si los centros de Miss Arden son capaces de hacer los milagros que se rumorean, decidí probar el tratamiento facial más sencillo: el Arden Standard Facial. Pensaba que si en 40 minutos eran capaces de transformar mi piel mustia por el invierno en algo medianamente aceptable, los centros Red Door Spa merecían toda su buena fama. Tras un ritual de limpieza intensiva, exfoliación con mascarilla enzimática activada por vapor, y una hidratación a fondo mi piel estaba tan luminosa como la de las modelos que pululaban la ciudad en la New York Fashion Week. Es más, los resultados fueron tan buenos que estuve a punto de recomendarles ir al Qué Apostamos en su versión estadounidense.
Pero mas allá del milagro de revivir mi cetrino cutis, me impresionó mucho otro de los protocolos instaurados por Miss Arden: dar un servicio completo y de calidad al cliente. Además de recibirme en un centro en el que me hicieron sentir como en casa, durante el tratamiento mi estilista no me dejó sola y congelada en la cabina aprovechando el “momento mascarilla”, sino que decidió darme un maravilloso masaje de escote, brazos y manos para acabar de rematarme. Tras un evidente complot para dejarme atontada, no me extrañó nada ver que en las salitas de descanso varias mujeres con aspecto de A-listers se estaban echando la siesta de su vida. Se dice y se rumorea que varias famosas, incluyendo Sarah Jessica Parker, suelen dejarse caer por sus camillas.
Además de ofrecer tratamientos faciales y corporales, el Red Door Spa de la Quinta Avenida tiene una completa carta de tratamientos médico-estéticos, incluyendo la aplicación de Bótox, Restylane y Juvederm. Por si fuera poco, este centro cuenta con un inmenso salón de peluquería y una zona dedicada al color en la que una máquina traída del futuro mezcla tu tono exacto de fondo de maquillaje. Juro y perjuro que jamás había visto un centro de belleza tan completo.
Es evidente que Elizabeth Arden sabía de lo que hablaba, y yo creo que he descubierto la forma de quitarme de encima el tremendo jet-lag que siempre me traigo cuando regreso a tierras patrias: pienso ir al Red Door Spa para echarme una siesta de la que me voy a despertar mucho más guapa.