“Me pongo colorada cuando me miras, me pongo colorada…” dice la canción de Papá Levante. No es sólo una canción; para muchos es un problema que tiene un nombre “eritrofobia” o “euretrofobia” y que se produce cuando alguien se pone rojo en público, reacciona negativamente y se pone más rojo aún; le ocasiona ansiedad y se ruboriza más, lo que desencadena miedo y vergüenza ante esta situación.

 

Con estos mimbres: miedo a una situación y ansiedad puede llegar a aparecer una fobia. Ésta palabra proviene del griego Fobos Φόϐος (pànico), hijo de Ares y Afrodita que en la mitología griega es la personificación del miedo. En el caso de la eritrofobia se trata de una fobia social que llega a incapacitar a una personas para hacer su vida normal. No es que sea tímido y por eso tenga rubor, sino que como se ponen colorados empiezan a rehusar a hacer una vida social normal. Esto llega a cronificarse y dejan de relacionarse. 

vergüenza

¿Por qué sucede? Puede ser que quien tenga este problema se sienta el centro de atención de una reunión, por ejemplo, y ante la mirada atenta de los demás pueda temer la crítica y el menosprecio de los otros. Y peor aún, les atenaza más el miedo justamente por el miedo a enrojecer. Sufren más porque los demás piensen que está nervioso o inseguro que por el simple hecho de ponerse rojo, que tampoco es para tanto. El problema está mucha veces en dar demasiada importancia a lo que piensen los demás.

Lo que no debes hacer si estás con alguien que se pone colorado es justamente incidir en ese asunto. Nada de decir eso de “¡anda, estás colorada! ¿te da vergüenza?” No seas cruel… pobre, lo está pasando fatal. A nadie nos gusta que nos cuenten nuestros defectos, si ya los conocemos. ¿A que no le dices a un conocido que te encuentras qué gordo estás, o tienes granos o qué bajito eres? Procuras no meter el dedo en el ojo a nadie, ¿verdad?

Para solucionarlo hay que ir al origen no a la consecuencia. Te pones colorada por algo, luego… hay que descubrir qué es. Puede que su origen sea físico: ruborizarse es una respuesta involuntaria de nuestro sistema nervioso simpático que provoca que los vasos sanguíneos se dilaten y la sangre fluya mejor a nuestro rostro. Pero cuando ya existe un miedo a ponerse colorada estamos ante una fobia que suele tener origen en la niñez y la adolescencia porque es la época en la que todos o casi todos somos objeto de burlas por parte de nuestros compañeros. Quienes sufren esta fobia suelen ser personas perfeccionistas y con una autoestima condicionada a la respuesta de los demás.

¿Qué hacemos? Ve a un psicólogo; hay tratamientos que funcionan. Pero no tengas prisa; lo importante es quitarte esa losa que te pesa y te impide hacer tu vida normal y relacionarte con los demás. Los psicólogos utilizan varias técnicas para que el paciente sepa cuáles son los mecanismos físicos que hacen que se ruborice y para que acepte lo que le pasa.

Uno de los tratamientos que se emplean, además de la medicación que te prescriba el psiquiatra, es el cognitivo-conductual: se trata de que el paciente se exponga poco a poco a aquello que le produce ansiedad para comprobar que no sucede nada aunque en principio no se sienta cómodo o tranquilo. La meta es que tolere la ansiedad. También se utiliza la relajación, la respiración abdominal, puesto que esta técnica produce una disminución del pulso con la consiguiente relajación y el entrenamiento para que el paciente no esté tan pendiente de su propio rubor.

Se trata ni más ni menos que de reaprender algo que hemos aprendido mal y nos ha dado malos resultados. Y con paciencia se consigue todo.