Así me he sentido hoy en mi primer día de presentaciones del año 2016, por visualizarlo con un poco de arte. La realidad ha superado con crudeza cualquier expectativa. Ha sido por una presentación fuera de agenda y con la que no contaba para nada. Las presentaciones oficiales han sido tan amables como siempre, primero Wella Professionals en el salón de peluquería HairKrone, rodeada por las más que agradables chicas de Nota Bene y Cartú Mendez, responsable directa de comunicación de Wella. Un agradable desayuno prodigo en información, rodeada de halagos, resaca de felicitaciones 2016 y reencuentros con compañeras del mundo beauty. Luego Givenchy, a un paso y encima la gran Alejandra da Cunha improvisando una presentación exprés y única for me, porque me he adelantado y es que los Open Day me confunden. Todo maravilloso, delicado y estupendo como suele ser siempre.
Lo peor llegó después, cuando decidida a consolidar mis muslos me lanzó a una caminata por las calles de Madrid y subiendo por la calle Goya, un dinámico joven me invita al interior de una tienda de cosmética orgánica denominada Adore. Acepto encantada, generalmente adoro las fórmulas de belleza orgánica y ésta además no la conocía. Pero no me gusta nada que me toquen las narices y me tomen el pelo, eso lo odio.Especialmente porque igual que a mí lo hacen con todas las demás mujeres. No entréis en esa tienda, ni aunque sea de cosmética orgánica, bio, ecológica. Os cuento por qué.
Primero el dependiente empieza a contarme que Adore es una marca orgánica nacida en Miami y que es la mejor del mundo. Bueno, le digo que conozco unas cuántas y creo que tienen un muy buen nivel. Le comento que soy periodista de belleza y que estoy interesada en conocerla. Me dice que Adore es la mejor y la única en el mundo que tiene certificado orgánico.Se lanza a extraer de un tarro un azúcar y me pone un bol debajo comenzando a masajear mis manos, luego pulveriza un poco de agua. Y yo, un poco de listilla, digo que es azúcar o sal mezclado con aceites. “Sí, efectivamente, son sales minerales. Pero somos los únicos que tenemos un producto así”. Le confirmo que yo conozco varios exfoliantes de este tipo. Pone cara de no dar crédito. “Es imposible, somos los únicos que tenemos unas fórmulas así.” Mis ojos se abren al límite de salirse de sus órbitas.
“Somos la mejor marca orgánica del mundo y es la primera tienda que abrimos en España. Adore está fabricada en Miami.” Como si Miami fuera Francia, Suiza o Japón en tradición cosmética. Me viene un recuerdo pasajero de la serie Miami Vice…
Le pregunto con qué sellos cuenta la firma. Y me extrae un papel dorado de la caja que pone certificado de garantía. Le interrogo una vez más: “¿tiene Ecocert?” Entonces llama a otra dependienta que había en la tienda porque mis preguntas le empiezan a agobiar. Me dice que va a llamar a su compañera, que es dermatóloga…y sabe mucho. Ella da la vuelta al papel y veo varios sellos, el del conejito y otros. “Además no testan en animales.” En Europa ninguna marca testa con animales por ley. Pobres, les ha tocado la mosca cojonera del día.
Aparece entonces en escena la dependienta africana más agresiva que he visto en mi vida. Se pone frente a mí, sin respetar la distancia de seguridad interpersonal, algo que no soporto. Me desmaquilla un ojo. Sólo llevaba corrector de ojeras, concretamente el de Shiseido, y un lápiz de ojos verde de Urban Decay.
Me interroga como si fuera idiota y con cara de poseída por todas las verdades absolutas de la cosmética dice: “vamos a ver ¿qué contorno de ojos estás usando?” Le digo que uno de aceite de oliva. Su respuesta inmediata: “el aceite no vale para nada cómo te lo aplicas en la cara. Yo soy africana y allí a ninguna mujer se le ocurre ponerse aceite en la cara.” Digo: “bueno es un gel, pero a base de aceite de oliva.”
“¡Qué horror! ¡Eso no vale para nada!” Me asesta rotundamente.
“¿Qué otras cremas usas?” Respondo que ahora estoy probando las nuevas de Chanel y Kanebo. Pone cara de asco y me dice: “buff, Chanel no vale para nada, puedes usar una barra de labios o un maquillaje de Chanel, pero no te vuelvas a poner nada de esa marca y de Kanebo, tampoco. Son pura química.” Empiezo a revolverme en mi asiento y creo que empieza a salir algo de humo por mis orejas…
Ambos dos a la vez, poniendo cara de consecuencias, como diciendo “pobrecita, qué cosas se aplica.” Y yo, completamente alucinada pensando quién será el capullo que les ha dado un entrenamiento dirigido a la venta tan agresivo; de Miami, seguro.
Me masajea el ojo con su contorno orgánico y me empieza a decir que no es que tenga ojeras y bolsas, que tengo un coagulo de sangre y un nudo, que lo mío no son ojeras. Me dan ganas de responder: pero, ¿cómo te atreves a decirme esas burradas? Pero sólo digo: “son ojeras y bolsas.” Y a los 5 segundos me dice que si noto la diferencia con el otro ojo. Le digo que no. Los dos me miran con cara de asombro, incluso llaman a otro dependiente para que vea el gran cambio que se ha producido en mi ojo izquierdo. Yo insisto en que no veo nada. Ellos ven una diferencia abismal. Afirman al unísono que su efecto es como el Botox, el láser y la radiofrecuencia, todo junto y que, además, Madonna había estado en la tienda de Miami este mes y se había gastado 15.000 dólares en Adore y que es la única marca que utiliza.
Dice en voz alta: “¡Por favor, pero si en el otro ojo tienes un coagulo de sangre que no te circula y un nudo! ¡Míralo! En este ojo ya no lo tienes.Te ha desaparecido totalmente.” Mis cejas no se contienen y empiezan a hacer gestos imposibles, mientra me miro y remiro en el espejo viendo mis ojeras de siempre en el sitio de siempre. Ellos también están fuera de sí, cómo si nunca jamás nadie les hubiera llevado la contraria. Me dicen que sonría para que se pronuncien las bolsas y las dos suben y bajan a un tiempo. Pero ellos sólo ven una en mi ojo derecho en el otro dicen que ha desaparecido. No son ojeras, son coagulos de sangre, afirma ella de nuevo…
Aguanto un poco más para ver hasta dónde son capaces de llegar y me embadurna media cara con una mascarilla de oro. Luego la retira con un imán. El sistema tiene su gracia. Y otra vez con el mismo rollo de que la media cara que ha soportado la mascarilla está muchísimo mejor que la otra. Los dos a coro, abusones. Y yo sigo sin entrar por el aro. No se lo creen. Me dicen: “pero. ¿es que no lo ves? Está mucho mejor.”
Les digo que no pasa nada, que casi mejor porque no creo en los resultados radicales y que su filosofía orgánica no debería basarse en esas comparaciones, además de que Madonna usa como un millón de cremas y que sirve como garantía a muchas incautas que se lo creen todo. A pesar de que sin maquillaje, cirugía y Photoshop pierde mucho.
La supuesta dermatóloga africana quiere seguir haciéndome cositas en la cara. Le digo que ni se le ocurra ponerme nada más encima, que me voy porque creo que su método para vender es demasiado agresivo.
Por más saludos al sol que hago, todavía no consigo mantener la sonrisa de felicidad del Dalai Lama ante situaciones tan abusivas. Necesito más tiempo de mindfullness, eso seguro. Pero me parece muy fuerte cómo pueden engañar y denigrar así a una consumidora. Ni entro ni salgo en las bondades de la marca. Pero no son maneras. Es un engaño. Llegaron a decir barbaridades como que su cosmética es la única que llega al músculo y otras burradas similares.
“¿Dermatóloga?”, pienso. Y el otro dependiente me dice que él es físico y que la piel sólo absorbe minerales como el oro.
Sin perder la compostura, le pregunto si tienen algún catálogo de información o gabinete de prensa y responden que ellos no hacen publicidad. ¡Ains, qué lástima!!!!!
Cuando me dirijo a la puerta, la dermatóloga ya había establecido otro duro test de prueba con una cándida mujer, que seguro saldría de allí con unos cuantos pensamientos negativos en su mente y algún cosmético en su bolso, con tal de reducir sus nudos gordianos.
Al salir, respiro hondo y veo que ningún viandante observa nada raro en mi media cara tratada y la otra sin tratar.
Pienso en la indefensión del consumidor y en la OCU, y su recomendación de la crema antiarrugas de Lidl como la mejor. Inmediatamente se me va la idea de la cabeza y sigo andando sin que nadie detenga mi camino a casa, esa zona de confort de la que se recomienda tanto salir porque ocurren cosas. Desde luego que sí.
No existe la mejor crema, sólo buena cosmética, bien recomendada y aplicada.
Adore.
C/ Goya, 28.