El lenguaje corporal, dicen los estudiosos, conforma el 90% de la comunicación. Bueno, excepto si se trata de comunicación online o en las ondas hercianas (risas enlatadas), donde aún pesa más el carismático hilo de tus pensamientos.
Parafraseando una de mis frases preferidas para ironizar, “tu postura dice mucho de ti”. ¡Sí! ¡No tu bolso ni tu mecha violín! La caprichosa colocación de extremidades, cabeza, rasgos, deditos y demás artilugios con los que la naturaleza te lanzó al mundo; puritita somatización de tus pesares, alegrías y deseos reales. De analizar cada microgesto humano, se encarga la kinésica (viene de movimiento). Un arma de conocimiento con cierta enjundia, y nombres propios –Paul Ekman y Wallace Friesen entre los relevantes-, denostada por unos y puesta en valor por otros. ¿Ejemplos de este segundo grupo? Una psicóloga. Una historiadora de arte. Una responsable de Recursos Humanos. Al mentecato rebaño de seguidores de The Game mejor lo saltamos…
“Pero, ¿de verdad es posible extraer rasgos comunes? Mira, me niego a tener NADA en común con Rajoy”. Pues sí, así es según los kinésicos. Los seres humanos exteriorizamos del mismo modo sentimientos como la alegría, la pesadumbre, el deseo, el entusiasmo por una conversación que interesa, el aburrimiento, la ansiedad, el triunfo, el nerviosismo y un larguísimo etcétera de emociones. Tengamos en cuenta que llevamos menos tiempo sofisticando fonemas y lexemas que empleando nuestra herramienta básica: el cuerpo.
Hay signos muy obvios, de los que nuestra propia intuición nos lanza avisos de cómo respira el otro.
Por ejemplo, la mirada es uno de los mayores indicadores de estatus. Una mirada sostenida equivale a poderío, a dominancia. La mirada huidiza revela inseguridad.
El parpadeo repetido también se interpreta como símbolo de nerviosismo –aunque si se tiene el ojo muy seco o fotofobia, se desdibuja la conclusión y hay que seguir observando-.
El cruzarse de piernas o brazos de ese modo que aúlla “no es que no sepa qué hacer con mis extremidades” denota incomodidad.
Imitar la posición del interlocutor, el ‘efecto espejo’, se interpreta como un deseo de congeniar.
Apretarse la nariz significa evaluación negativa (hay algo que ‘huele mal’), unir los tobillos es un signo de aprensión, agarrotar los dedos de los pies es síntoma de ansiedad y balancear el pie de la pierna cruzada, de aburrimiento. Agarrarse las manos en la espalda (¡sí! ¡El gesto clásico de nuestro Campechano!) esconde furia, ira, frustración y aprensión. Dentro de lo esquinado, quizá sea mejor metérselas en los bolsillos…
Existe un sinfín de publicaciones serias sobre lenguaje corporal. Para practicar lo aprendido, es buen ejercicio observar grupos e intentar averiguar qué relación existe entre ellos y qué les acontece. Una vez se conocen los gestos básicos y algunos más, es divertido observarse en las interacciones sociales y procurar adecuarse a la ocasión sin perder espontaneidad, además de interpretar qué ‘te está diciendo’ el cuerpo de tu encantador partenaire.
Mi gesto preferido, hablando de partenaires, es el del pie que señala. De pie en un grupo, la persona a quien interesas adelantará el pie en tu dirección. Quizá ni está hablando contigo. Pero te piensa, te piensa…