Ya había leído varias malas críticas, del último Festival de Cannes, sobre las dos películas estrenadas este año del modista legendario nacido en Orán: ‘Yves Saint Laurent’ de Jalil Lespert, y ‘Saint Laurent’ de Bertrand Bonello y Gaspard Ulliel. Allí pasaron casi desapercibidas por falta de chispa, relieve y por no mantenerte atento a la pantalla. En España acaban de estrenar la primera, un desperdicio, teniendo en cuenta lo lucida que puede quedar una historia tan llena de amores y odios, dramas y sonrisas, drogas y triunfos.
Si algún espectador había visto hace un par de años la película-documental ‘Yves Saint Laurent-Perre Bergé, L’ amour fou‘, de Pierre Thorettton (una joyita que compré por Amazon y contemplé deleitada), más cuesta arriba se te hace aún verte la peli recién estrenada. … L’ amour fou comienza en la sala de subastas Christie´s donde Pierre Bergé, el compañero, amante, mecenas y sombra de Yves durante 40 años, está a punto de subastar toda la apasionante colección de obras de arte que juntos reunieron en su mansión parisina. Braques, Picassos, Brancusis, pieza únicas del art déco. ‘Todas estas obras pertenecen al pasado, no tienen sentido para mí sin Yves‘. Una a una van saliendo de la casa embaladas mientras Pierre, a través de magníficos flash backs, cuenta la tormentosa historia de la pareja, salpicada siempre por las depresiones y los problemas con las drogas del diseñador. Le pongo un nueve.
En la película de Jalil Lespert lo mejor es el protagonista, Pierre Niney, un jovencito actor de la Comedie Française que borda su papel y que, caracterizado, es exacto al al modista: lánguido, enfermizamente tímido, con aquella elegancia innata, las maxi gafas tan de moda ahora. También está estupendo Guillaume Gallienne como Berger. El problema no está en los actores sino en el director, que ofrece una película muy plana en la que ni el romance, ni la moda, ni el éxito mundial cobran relieve o importancia. Es como si toda la historia estuviera cosidita por un leve hilván sin puntadas estrella, sin profundidad. Es sólo un guiño a lo que fue esta pareja. De postre, un final abrupto sin explicaciones y, si acaso se detiene más en algún pasaje es en el de sus años en Marrakech. Pero siempre todo tocado por lo que justamente nunca hubo en la vida de Yves: superficialidad.
Concluyo que es raro que los franceses, reyes del envoltorio y de requetemimar a sus ídolos, no hayan protestado por una película tan light sobre su más querido diseñador de moda. Seguro que su musa, Catherine Deneuve, no le ha concedido más de un 5 sobre 10. Y que Loulou de la Falaise -ya fallecida y espíritu de la maison- se habría quedado dormida en plena proyección.