Cada dos por tres, salta un titular del estilo. “¡Vienen las modelos ‘con curvas’!” Hay que darle mucha alharaca porque, obviamente, es motivo de sorpresa y entusiasmo. Por un momento –¡aún nos queda ingenuidad!- nos creemos que la moda va a ofrecer representación de la sociedad a la que quiere vestir. Casi se escucha el retumbar del suelo, atravesado por un ejército de valkirias de generosas carnes y doble C tatuada sobre la letra escarlata.
Como todo es tan raro, necesitamos saber más. Y para eso están las entrevistas a las orondas protagonistas. Un rosario de declaraciones default sobre trastornos con la comida, posterior aceptación tras muchos años de terapia y encarnizado esfuerzo para lograr hacerse un hueco en un mundo durísimo, sabiendo que pertenecen a una minoría de la que no se quiere hacer espectáculo. Que conquistan, poco y mal, un terreno que no les pertenece ‘por derecho propio’.
Casi siempre parece que la cosa va a avanzar. A la postre todo se desinfla (perdón por el chiste fácil), reduciéndose a la anécdota, al reportaje de turno o a la modelo gordita y simpática -que tiene un cambio- sobre la pasarela, tan campante, bamboleante y rodeada de atónitos cuchicheos, detrás de las talla 34.
En el mejor de los casos, se realiza una campaña con modelos ‘con curvas’, irritante eufemismo caritativo puesto que hay muchísimas mujeres delgadas con curvas. Ni siquiera somos capaces de encontrar una etiqueta digna, sin errática condescendencia, para este tipo de silueta humana perfectamente común, visible en cuanto se sale a la calle.
El mercado, ‘la moda’, definen unos límites muy estrictos: mujer-blanca-joven-bonita-delgada. No necesariamente por este orden, pero sí con todos esos elementos. Pureza de raza.
Otra cosa pertenece al ghetto de la belleza. Al siniestro desatino y extravagancia de un diseñador o firma que de repente desafían un poco las normas enarbolando gordura, imperfección, no-heterosexualidad, género por definir y asimetrías. Para transmitir, precisamente, la idea de que sus productos desdeñan la norma, y convierten a quien los usa en ‘distintos’, en gentes capaces de derribar, ¡ah, la revolución!, los cánones de la normatividad. Ejemplo clarísimo, las ‘atípicas’ -y necesarias- campañas de M.A.C.
Falta mucho, quizá nunca suceda, para que veamos otras ‘mujeres reales’ –las que hay también lo son- sobre la pasarela, en las marquesinas y en los edificios, a tamaño más grande que nuestra imaginación. Falta mucho para que una negra acapare más portadas que una blanca, o que una talla 44 salga de su línea editorial ‘curvilínea’, del ‘necesario’ trampantojo de la raya vertical y el negro, que hay que ver lo que estilizan, y presenten una moda apetecible: que no las esconda. Sueño con un mundo de gordas en Victoria Secret y de contrahechas en Prada.
Claro que, perfectamente normalizadas, desprovistas de su subtexto ‘subversivo y rupturista’, ¿las veríamos incluso en la Alta Costura, con lo caro que es fabricar tallas grandes? ¿O tendrían aún menos oportunidades? Mira que Karl Lagerfeld ya fue perfectamente claro al respecto. Trago saliva y ojeo con soltura una revista.