¿Qué significa ‘ser mujer’? La artista Jessica Lewich investiga la construcción cultural mediatizada de la imagen femenina y nos da su amarga respuesta: ser mujer es someterse. Porque nosotras lo valemos, ea.
La serie Monstrous Femenine expone el sacrificado periplo que culmina con la consecución de un cuerpo femenino políticamente correcto. Tacones de aguja, depilaciones, dietas privativas (perdón por la redundancia), fajas constrictoras y, en el caso más extremo, cirugía estética. En resumidas cuentas: tortura. Aflora un punto de denuncia francamente revulsivo. Esto es lo que pasa en el lado oscuro, cuando nadie añade el discurso de la autoestima, el consabido “eh, pero si pasas por todo esto, te verás mejor y tendrás más fuerzas para la vida cotidiana”. Aquí no hay medio, sólo el fin.
Incómoda y capaz de inspirar preguntas interesantes, la mirada de Lewich ofrece una cruda reflexión sobre los rituales, a veces absurdos y reñidos con el bienestar más básico, que dan como resultado a la Mujer-Mujer. Con todos los complementos. Justo como una muñeca sin voluntad a la que se puede hacer toda clase de perrerías.
Tacones que quitan las ganas de vivir, afeitados con técnicas dolorosas, láseres que abrasan la cara, manicuras con objetos punzantes de aspecto terrorífico, la dieta milagro que conduce al ataúd de una marca aspiracional y la guinda de la mutación: el aumento de pecho. Si es de lógica, mujer, ¿qué tiene una hembra de ‘más femenino’ que unos pechos grandes? ¿No has oído nunca eso de ‘ esto es una mujer’ ante una tipa con sus ‘buenas curvas’? El cuerpo individual siempre paga el pato de una cultura que exige, y esto es más viejo que los zapatos de las chinas y el corsé, constreñir, cortar, pulir, retirar, lacerar y privar hasta alcanzar el abrigo del cuerpo colectivo. Si es usted mujer no se haga ilusiones, que la ventana de ‘igualdad y liberación’ abierta es mucho más estrecha de lo que parece. Las osadas que se alejan de la manada pagan el precio del rechazo del grupo, como tristemente saben las ‘sucias’ que deciden dejar de depilar sus propios cuerpos. Fascinante y aterrador que un gesto tan pequeño, personal e inofensivo necesite de ¡valentía!
Estos días, el desnudo de Scarlett Johansson en “Under the Skin” ha reabierto un tema con pocos visos de resolverse satisfactoriamente: el abismo entre la imagen de alfombra roja, con su correspondiente vestimenta, maquillaje, peluquería, tratamiento en cabina y trampantojos visuales técnicos, y la real. La diferencia entre lo que -teóricamente- se quiere ver, esa fantasía ideal que arranca suspiros y hace soñar, y la auténtica corporeidad. Femenina. ‘No es lo que nos han vendido’, se protesta en la red. ‘Decepcionante’, rescato como definición con más tacto. Escupida por hombres y mujeres, por si alguien se pregunta qué género se muestra más implacable.
Pongamos que el disfraz de mujer-mujer-según-el-capitalismo se parece bastante, en los casos extremos, al que expone Jessica Lewich, y que la realidad es, siempre, y benditos momentos de intimidad y reencuentro, como somos desnudas, sin artificios, ante el espejo. Juntémoslo con lo que sabemos de la manera de comunicar de los medios, de la competitividad de las marcas, de ‘las tendencias’ y de la feroz presión que recae sobre la imagen de la mujer. No perdamos de vista la principal fuente de problemas: la abrumadora idiocia que nos rodea. Y hagámonos un par de preguntas. Alcemos el dedo corazón de la mano derecha, izquierda si es usted ‘siniestra’, para finalizar.