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“Vosotras os quejaréis mucho de la frecuencia y el dolor de la depilación, pero no veas lo que es pasarse una cuchilla por la cara todos los días”, sentenciaba hoy Towando en el desayuno. “Además, tú fíjate en los anuncios de afeitado y el target a quien se dirigen. El tipo de tío, los pisitos que salen. Dime si ves muchos grandes empresarios con barba en la vida real. El yugo del afeitado perfecto es una imagen asociada al éxito. Y también es una manera de someter la estética del hombre”.

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Hale. Pues no lo había pensado. Me había fijado en que siempre sale una tía poco vestida, en arrobado éxtasis, palpando la piel como el culito de un infante que se le ha quedado a su chico. Bastante escandalera se monta porque algunas adultas, en su país libre, decidan dejarse al natural el pelo del sobaco. No me digas que entre los hombres también se hace política a través del folículo piloso.

“Por supuesto que sí”, continúa. “No hace tanto ruido porque, con todo, no estamos TAN encorsetados, pero la barba es un símbolo. Sobre todo las salvajemente pobladas, no pienses en la barba carlista o la mouche francesa. Mira a Marx, el Che o Fidel Castro, ilustres barbudos de izquierda. Era un elemento diferenciador de una ideología o de cierta manera de pensar liberal. Fue aparecer Rajoy y empezar a normalizarse algo más en el resto del entramado social. ¡Se puede hablar de la historia de la humanidad a través de las barbas!”

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Quienes hemos crecido al abrigo de nuestra cuestionable Transi, recordamos con cariño la imagen del Padre-De-Los-80, garbosamente ataviado con su uniforme de progre. Pana por doquier, jersey con bolas, camisa informal desabrochada, ¿corbata?,  ¡ni en pintura!, el coche atestado de humo de cigarro, Cecilia o Paco Ibañez, y en medio de la niebla y la mística, el desaliñado mentón del padre aullando sin palabras “voy a perder yo tiempo en afeitarme, ¡con todo lo que tengo en que pensar!”

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Los hipsters y su gusto por la retromanía modernista (oxímoron, pero #truestory), también han contribuido a esta exuberancia barbuda al adoptarla como emblema de su estética. No están solos. Páginas como wearbeard.com se posicionan con un manifiesto contracultural que halla en la barba la semiótica de su rebeldía. En beards.org celebran la “imagen heroica, independiente, recia, resolutiva y lista para emprender un sinfín de causas” que aporta la barba, a lo intocable melena de Sansón de la que emana el poder. Un precioso vivero de barbas en el que los usuarios comparten la evolución de su idiosincrasia, intercambian consejos de crecimiento, corte y cuidado y responden inquietudes acerca de este importantísimo complemento facial, tan favorecedor como pueda serlo el maquillaje para una mujer. O las caritativas gafas de sol que ocultan resacas y malas noches. Pero ¡eh!, con la ventaja de que la barba es tejido propio…

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Porque digo yo mesándome la barbilla, ¿no están más guapos y resultones con barba? Por favor, si todos los filósofos la llevaban. Si tienes dudas mira a los clásicos, cuna de la humanidad, origen de las sociedades modernas. Sócrates, Aristóteles y Platón, sí. Julio César, no. Las élites culturales e intelectuales que han hecho evolucionar la sociedad, barbadas todas. Los poderes económicos, lampiños. Imberbes. El lenguaje es muy revelador administrando connotaciones negativas. Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, laméntalo y pon las tuyas a abonar.

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Porque sí, la barba dice mucho. Tanto como su portador quiera. Es el caso del artista Michael Allen, quien ha realizado un acariciable alfabeto jugando con los afeitados de su vello facial. Una tipografía orgánica de carácter efímero. Viendo estas barbas tan chulas, ay, da hasta pena no haber nacido un poquito hirsuta. Qué fenómeno, este de la envidia de la barba. Freud se equivocó de apéndice masculino a desear.