A estas alturas de vida variopinta, conectada y llena de información, es probable que te estés topando a menudo con la palabra “empatía”. Seguramente sea uno de los conceptos de cabecera en los últimos tiempos de científicos, líderes de negocios, expertos en educación y activistas políticos.
Sabemos que se trata de la capacidad de ponerse en la piel del otro, comprendiendo o anticipando los sentimientos ajenos aún antes de que se produzcan. Algo distinto a la amabilidad o la piedad. Y también a obrar como te gustaría que hicieran contigo, puesto que ¡eh! el resto del mundo puede tener gustos distintos. La empatía va de conocer esos gustos.
La validación científica de la existencia de la empatía ha supuesto un cambio revolucionario en la forma en que entendemos la naturaleza humana. La antigua creencia de que somos esencialmente seres egoístas se ha inclinado hacia la evidencia de que también somos ‘empathicus homo’, cableados para entendernos y cooperar.
En los últimos diez años, los neurocientíficos han identificado un ‘circuito de la empatía’ en nuestros cerebros que, de sufrir daño, podría suponer la pérdida de nuestra habilidad para entender qué sienten los demás. Del mismo modo, parece haber una evidencia de que la empatía puede trabajarse a través de algunos hábitos. En estos momentos de lucha y solidaridad, la empatía se presenta como una de las fuerzas radicales de transformación social.
Pero, ¿cómo podemos potenciar esta cualidad innata?
1. Cultiva la curiosidad por los extraños.
La gente más empática siente una curiosidad insaciable por los extraños. Hablan, por ejemplo, con quien se sienta casualmente a su lado en el autobús, con esa curiosidad natural que sentimos de pequeños y que la sociedad se encarga tan bien de arrostrar con su arquitectura social defensiva.
La curiosidad expande nuestra empatía cuando hablamos con gente fuera de nuestro círculo de confianza, gente con un entorno y experiencias muy distintas al que conocemos por la agrupación endogámica. Tanto es así, que el gurú de la felicidad Martin Seligman la identifica como uno de los caracteres clave para mejorar la satisfacción vital.
Cultivar la curiosidad requiere algo más que una charla crucial sobre el tiempo. En esencia, consiste en comprender el mundo a través de la cabeza de otra persona. Todos estamos rodeados de extraños constantemente. Para practicar la empatía, intenta mantener una conversación con una persona extraña cada semana.
2. Olvida los prejuicios y descubre los puntos en común.
Todos asumimos nuestros códigos para catalogar mentalmente al personal. Por ejemplo, “negrito mantero” o “musulmán fundamentalista”. La gente más empática busca los puntos de encuentro antes que las diferencias, los problemas e inquietudes compartidos como personas antes que la disyuntiva asociada al prejuicio (pobreza/riqueza, ideología, género, …)
3. Prueba a ser otra persona.
¿Te parece que una travesía por la nieve es un deporte extremo? Entonces necesitas probar la empatía experimental, la de mayor potencial transformador. Como dice el proverbio, “Camina un kilómetro en los zapatos de otro antes de criticarle”.
El ejemplo de George Orwell es inspirador. Después de varios años como oficial de la policía colonial en la Birmania británica durante los años 20, volvió a Gran Bretaña decidido a descubrir cómo era la vida de los marginados sociales.
“Quería sumergirme, para obtener el derecho entre los oprimidos”, escribió. Así que, vestido como un vagabundo, vivió en las calles del Este de Londres entre mendigos y excluidos. El resultado, registrado en su libro “Down and out in Paris and London”, supuso un cambio radical en sus creencias, prioridades y relaciones. No sólo se dio cuenta de que los vagabundos no eran “delincuentes borrachos”, sino que forjó nuevas amistades y cambió su punto de vista sobre la desigualdad. ¿No tendrá Rajoy uno de esos NI-NI cerca para hacer la experiencia?
4. Escucha con atención y ábrete.
Escuchar con atención es un arte. “Lo esencial”, asegura Marshall Rosenberg, psicólogo y fundador de Comunicación No Violenta, “es nuestra capacidad de estar presente a lo que realmente está pasando dentro, a los sentimientos únicos que otra persona está experimentando en ese preciso instante”.
Las personas más empáticas escuchan con toda su alma, pero hay más. El segundo rasgo es hacernos vulnerables. Extraer nuestras máscaras y revelar nuestros sentimientos a alguien es vital para crear un vínculo empático sólido, porque la empatía es una calle de dos vías que, en su estadio más elevado, se basa en la comprensión mutua y en el intercambio de nuestras experiencias y creencias más importantes.
Por eso las organizaciones como el Círculo de Padres de Israelíes y Palestinos (The Parents Circle) son tan útiles como ágora de reunión y puesta en común de las vivencias de los afectados. El hecho de poder compartir el dolor, a pesar de estar en bandos opuestos de una cerca política, ayuda a las familias a pasar el duelo, y además ha ayudado a crear uno de los movimientos más poderosos de construcción de paz en el mundo.
5. Inspira la acción masiva y el cambio social.
Asumimos que la empatía funciona para el individuo, pero la gente más empática la entiende como un fenómeno de masas que puede traer importantes cambios sociales.
Piensa sencillamente en el fin de la esclavitud o en el sufragismo. Los abolicionistas no basaron sus planteamientos en textos sagrados, sino en la empatía humana, para hacer comprender el sufrimiento que sentían los esclavos.
La empatía es lo más parecido a plantar una flor, es el caso de las semillas que plantamos en los hijos. Se ha demostrado que los niños que reciben clases de inteligencia emocional mejoran la confianza en sí mismos y los logros académicos.
6. Desarrolla una imaginación ambiciosa.
El último rasgo de la gente más empática es que hacen mucho más que empatizar con los ‘sospechosos habituales’. Tendemos a pensar que la empatía es para quienes están en los márgenes o sufriendo. Esto es necesario, pero no suficiente.
También hay que practicarla con la gente cuyas creencias no compartimos, “enemigos” de algún modo. Por ejemplo, si eres un activista contra el calentamiento global, puede valer la pena tratar de entender a los ejecutivos de las compañías petroleras. Entendiendo su pensamiento y motivaciones, puede tejer una estrategia más eficaz para desplazarlos hacia las energías renovables. Con un poco de esta “empatía instrumental” –también llamada “antropología de impacto”, se puede recorrer un largo camino.
Empatizar con los adversarios abre también la senda hacia la tolerancia. Ese fue el pensamiento de Gandhi durante los conflictos entre musulmanes e hindúes durante la independencia de la India en 1947, cuando declaró “Soy musulmán, hindú, cristiano y judío”.
Si el siglo XX fue la Era de la Instrospección, en que la autoayuda y la cultura de la terapia nos llevaron a creer que la mejor manera de entender quiénes somos pasa por mirar dentro de nosotros, el siglo XXI será la Era de la Empatía, el momento de descubrirnos no sólo a través de la reflexión, sino a través del descubrimiento de otras maneras de vivir. Necesitamos la empatía para crear una nueva clase de revolución. No una anticuada construida sobre las leyes, las instituciones y las políticas, sino una revolución radical basada en las relaciones humanas.