En 2008, una exultante Michelle Obama celebra el nombramiento de su marido como presidente de los Estados Unidos. Su marido, os sonará como Barack Obama, es el primer presidente negro que surge en el otrora esclavista país.
Casualidades de la vida, la señora Obama también es negra. Afro-americana si alguien se siente más cómodo. Obligatoriedades de la vida, su pelo luce pulido, liso, suelto y flotante como el de una blanca (perdón, quise decir caucásica y claro, sólo si tiene pelo liso, esa fantasía de pelo ideal).
En esa ocasión, de muchas que le sucederán, el pelo de la imponente Michelle causa admiración y arrobo. También sus acertadas decisiones en el vestir. Sin grandes sorpresas, y como corresponde a una primera dama, se convierte en un icono.
El pelo de Michelle es bonito y le queda bien, pero contraviene su naturaleza por congraciarse con las convenciones de belleza de los ‘blanquitos’. El pelo de Michelle hace política. Ays, por qué no se presentará esa melena a las elecciones. Yo la votaba, pero en su afrolínea versión original.
La señora de Obama no es la única mujer negra en sentir sobre sus carnes, su tejido capilar en este caso, la presión blanco-normativa del canon de belleza.
Este mismo año 2013, y atención porque no me lo voy a inventar ni es un caso aislado, la estudiante de 12 años Vanessa Van Dyke, de Florida, recibía una amenaza de expulsión del colegio si no se cortaba su exuberante melena natural. El colegio la consideraba “una distracción para el resto de alumnos”. Demasiado rizo, demasiado volumen, demasiado aparatoso… demasiado de negra, vamos.
El pelo de una afro-americana es un elemento racial más en que aflora su realidad biológica. Y su realidad es la que es, como el color de su piel, como el color de la mía; pero a mí nadie me obliga a acercarme a un ideal (eeeh. Bueno, dejémoslo por hoy. Lo que está claro es que a una blanca no se le pide ser negra)
Eliminar, mitigar o modular estas expresiones raciales cuesta a las negras un dineral en tratamientos, secadores, planchas, pelucas y demás utilería, y supone añadir una tonelada de químicos para alisar un rizo proverbialmente cerrado. Estos tratamientos necesitan también una importante inversión de tiempo y la privación de actividades deportivas que obligan a repetir inmediatamente el proceso.
La peluquería para cabello de negra es una fantasía de trencitas, rastas e ingeniosas soluciones para presentar el pelo. Todo eso es cultura. Y es suya, nuestra.
Quizá sea tarde para decirle a Michelle, Beyoncé, Tyra Banks, Ophra, Jackie Brown (guiño, codazo), Naomi y el resto de iconos poderosos y visibles que las queremos libres, votantes, rizadas y negras. Es posible (pura retórica), que el racismo no esté tan superado como creemos y queden muchas más Vanessas Van Dyke soportando injusticias peores.
Estar satisfech@ con la propia imagen es esencial, aplaudo los esfuerzos que gustosamente (e incluso hallando diversión y relajación) hacemos toda@s por ello. Lo que sí me gustaría plantear es lo mismo que me pregunto yo cuando pienso en las pintas que llevo. ¿Esto lo hago porque quiero? ¿Me gustan el pelo rubio, el maquillaje, ir al gimnasio? ¿Me visto de lady o de tomboy? En resumen, mi imagen es mía y juego con ella o la adapto (inevitable hasta cierto punto) a la mirada de los demás.
Siempre me he reído de las frases del estilo ‘tu pelo dice mucho de ti’ (vale, ¡pero que la palabra definitiva salga de tu boca!), pero pongamos que alude al arraigado simbolismo del cabello como equivalente a fuerza, juventud y femineidad. Desde Sansón no se ha dicho una palabra nueva sobre este tema. Cuando una mujer se radicaliza, se lo corta para alejarse de la manada. Los hippies de los 60 se lo dejaron crecer sin límite como símbolo de un espíritu libre.
Hemos llevado la cosa tan lejos que llegar a la vejez con arrugas o ser negra con rizo pueden ser formas de protestar.
Vanessa Van Dyke, con sorprendente madurez, no quiso cortarse el pelo por considerar que su melena ‘puffy’ la hacía “única y especial”. También lo sería sin ella. Hoy está perfectamente adaptada en su nuevo colegio y no parece que haya que temer por su desenvoltura en el mundo. Final feliz. ¿Corolario? Belleza = personalidad.