“Una noche, senté a la belleza sobre mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la insulté”. Arthur Rimbaud.
Hace tiempo que algo se mueve en el paradigma de la belleza. Más allá de un canon de simetría, armonía, pacificación e idealización, se encuentra la imagen que incomoda, la que genera dudas y una ligera angustia, la que se filtra a través de un prisma ‘intelectual’ en que los rasgos son algo más que una estética conmovedora. Son, prácticamente, un alegato revolucionario.
Cuando lo grotesco y lo bello se fusionan, se da una especie de milagro que abre nuevas líneas de pensamiento. ¿No es más libre una sociedad que refleja muchos tipos de belleza distintos? Ni estilismo ni biología: la androginia es un estado mental.
John Waters fue pionero en esto de mostrar a las masas el discreto encanto de la fealdad. Para él, belleza era aquella que venía acompañada de alguna imperfección, un destello monstruoso, siniestro o poco convencional que era, precisamente, la cualidad que catapultaba el conjunto hacia lo inolvidable.
Hoy, varios modelos ‘distintos’, ‘alternativos’, representan con orgullo los valores estéticos de una minoría normalmente invisible. Hoy, la belleza tiene muchas caras. Hoy, la fealdad y la gordura tienen algo de subversivo. Quizá mañana dejemos de preguntarnos por qué está ahí esa gente rara y sencillamente lo aceptemos sin más.
Tampoco es cuestión de ser ingenuos. Sabemos que La Moda y La Publicidad son los actores principales en este teatro, y los modelos, los actores secundarios (y ya no digamos lo que somos el público).
Lo diferente en moda es, sencillamente, distinción, la infalible herramienta para despuntar en un mercado abundante y competitivo. Pero lo interesante es la lectura que podemos hacer en casa como espectadores de la mutación. Esos modelos tienen mensaje, nos hablan. Y nos dicen, por oposición a lo establecido, que hay algo rompedor en los insondables vericuetos de la fealdad, una brazada a contracorriente en la manifiesta exposición de lo distinto. En todo aquello que no encaja en la prensa y cine mainstream o cualquier artefacto audiovisual de sencilla deglución. Esa renuncia, sea voluntaria* o innata, de apartarse de una normatividad que uniforma los cuerpos y los reduce a poco más que un escaparate de la nada.
* Véase el progresivo y deliberado afeamiento de la artista Lydia Lunch como sistema de protesta. Pero ¡ojo! Esto no es obligatorio. La exposición de una mujer bella es tan lícita como una fea, la guerra no es fealdad vs belleza, sino variedad de cánones vs aristocrática concreción.
¿Cuántas veces te has sentido mal tras la ‘lectura’ (un decir) de una revista ‘femenina’? (otro decir).
La Belleza, entendida como milagro genético, siempre fue elitista, pero poco a poco va dejando de ser una dictadura.
Necesitamos, y no es broma, muchísimos más referentes para todos los públicos. Necesitamos democratizar la estética como abrigo que nos caliente a todos, dar la bienvenida como referentes al club de ajedrez, los granos y las gafas, igual que el equipo de rugby, los músculos y las interminables piernas de las animadoras.
Una sociedad capaz de percibir la belleza del ‘fracaso’ y de lo ‘extraño’ es una más generosa, menos frustrada, menos prejuiciosa, más cohesionada. Así las cosas, la sociedad se conforma por una sumarresta de valores. ¿Cuáles escoges? Guapetona, tú decides.