Cuando una pareja con hijos se separa, se produce un colapso en la vida de los niños a un nivel tan profundo que aún de adultos les resulta difícil explicar. Su orden interno se trastoca, se genera miedo, incertidumbre, confusión, ira y podría seguir ad infinitum dando sinónimos de frustración y de dolor. Es muy posible que los propios padres estén inmersos en una espiral parecida aunque de consecuencias bien diferentes. Los adultos saben y entienden las consecuencias de sus actos, los niños son víctimas de un status quo en el que no tienen ni voz ni voto y cuyas secuelas pueden acompañarle el resto de su vida.
Pero lo peor puede estar aún por llegar cuando esa separación no prioriza el bienestar del niño, o incluso, se le usa como arma arrojadiza contra el otro. De forma consciente o inconsciente, las mujeres –protegidas por leyes que por fortuna han avanzado mucho para defender sus derechos– a un nivel profundo creen que los hijos son de su propiedad, al fin y al cabo nosotras “los hemos parido” y en demasiadas ocasiones pueden pasar por alto que independientemente de lo que puedan pensar de su pareja, para sus hijos sigue siendo su padre y lo será para el resto de su vida.
La figura de la custodia compartida protegería los derechos de los niños si sus progenitores tuvieran la genuina intención de aportar salud emocional a sus hijos. Puede ser, sin embargo, un verdadero infierno si tomando infinitas y sutiles formas tanto en la comunicación verbal como la no verbal, por acción o por omisión, se utiliza como marco para seguir alimentando el rencor o vengar antiguas rencillas.
Y es entonces cuando las auténticas víctimas una vez más resultan ser los niños a quienes se les amputa su derecho a construir una imagen y un modelo saludable tanto de padre como de madre. La máxima aspiración de un niño es ver a sus padres felices y si juntos no puede ser, mejor separados y si aún esto no puede ser, lo único con lo que debe crecer un niño es con la absoluta certeza de que tanto su padre como su madre le quieren por encima de todo. Esa seguridad le dará alas para convertirse en un adulto emocionalmente sano. No tenemos ni idea del daño irreparable que podemos perpetrar ejerciendo una violencia soterrada al pronunciar frases como “papá no te quiere”, “mamá es mala madre”, “a papá no le importamos nada” , “a tu madre solo le interesa ella misma”.
Traer un hijo al mundo no es obligatorio. Las mujeres no estamos presionadas ya (en el mundo occidental) para hacerlo y si elegimos a un hombre de carne y hueso para ser su padre en vez de a un espermatozoide de un banco de semen, tenemos que saber que proteger la imagen de esa persona que para el niño es y será siempre su padre, es lo mejor que podemos hacer como mujeres y como madres. Repetir a nuestros hijos lo fantástico que es su padre y lo mucho que le quiere será el mejor legado que le podamos dejar.