El otro día leía en Twitter, ese gran archipiélago en el que flotan aislados islotes de ingenio, que “hay que cerrar el chiringuito. Desde que lo tenemos abierto no hace más que morir gente”.
No hay manera más inteligente de distanciarse de una realidad difícil de digerir que a través del humor. Pero hoy me las veo y deseo para encontrar algo remotamente divertido, o filosófico, o racional, con lo que asimilar la muerte de Ray Manzarek, entrañable co-fundador de The Doors junto a Jim Morrison, manitas del teclado de la banda y compositor de un puñado de canciones que forman parte de la historia compartida.
Sí, la hora llega y nadie se escapa. No es una sorpresa, pero jode igual. Le vamos a echar de menos.
Aprendí a amar la música gracias a The Doors y sus melodías cargadas de abstraídos matices en los que me reconozco. Forman parte indeleble del paisaje musical de mi vida y de la de los míos, eso seguramente no suena muy distante. Suena doloroso porque esto es como despedirse de un familiar.
No soy más amante de The Doors que otrx. Digamos que han dado con algo universal que conecta con mucha gente. Pero he conseguido apropiarme íntimamente de algunas canciones y es ahí donde lamento esta muerte.
Leerás mil esquelas sentidas, las que se merece, estos días. Yo quiero rendir un alegre homenaje a un artista que seguirá conmigo hasta que yo misma agarre la puerta.
Ahora no voy a escuchar su música. Lo haré por la noche y como única actividad. Cuando la tensión extática de las notas me transporte a otros mundos, podré decirle a Ray lo importante que ha sido para mí.