Fascinada por la obra y por ahondar más en la figura del artista –el disfraz retórico de la cotilla-, leí hace años los fabulosos Diarios de Keith Haring.
Me marcaron muchas cosas. Lo más evidente, su autenticidad desde la barricada de la expresión individual y libérrima, su deseo de trasladar el arte a todas las almas y la utilización de la calle como lienzo efímero, un recurso sin categoría propia en los 70 al que supo dar una caligrafía icónica de asimilación inmediata.
También me impresionó su teoría sobre la relación artista/espectador y la manera en que este último puede ser a su vez creador reinterpretando la obra y dándole un nuevo sentido: uno propio. Una idea muy bella sobre la que sale a flote la profundidad con la que cala el arte al ser humano. La idea de que no es superfluo.
Al hilo de la exposición sobre Haring en el Museo de Arte Moderno de París, se está celebrando en paralelo otra muestra que entronca con el registro moda. Y en el templo de adoración trendy por excelencia: Colette.
Una exposición concebida por la artista Maripol, un icono en vida, fotógrafa y amiga de sus amigos como Madonna y Warhol y una gran influencia sobre la escena arty de su tiempo. Ella ofrece una visión inédita sobre la relación de Haring y la moda, tanto durante su vida como de manera póstuma.
Se exhibirán diseños originales del artista neoyorkino aportados por Maripol, su primer fanzine (Galería 213), fotografías de Louis Jammes, Ricky Powell, Maripol y Roxanne Lowit, así como piezas de Vivienne Westwood, Patricia Field, Comme des Garçons, Swatch y otras firmas más recientes como Jeremy Scott x Schott, Nicholas Kirkwood, Sly, Levi´s…
Toda esta fiesta en honor a Haring me pone los dientes largos y hace feliz a mi niña interior. Si alguien me necesita, estaré comprando vuelos a París.