Cuando vuelva la vista atrás, dentro de unos años, y recuerde 2012, sé que esas fotos estarán marcadas de cierta pátina apocalíptica no exenta de humor. Humor negro, pero humor.
A tenor de lo predicho por los mayas y su acierto en términos abstractos, creo que deberíamos sacudirles el polvo de la tumba e invitarles más a menudo a ponerse el disfraz de pitonisos. Para que podamos ir calculando cómo estará Marte en esta época del año y qué outfits nos conviene meter en la cápsula espacial.
Aunque entiendo que no lo parece, lo cierto es que no es mi intención ponerme jeremiaca o altisonante. Es, sencillamente, que se nos está poniendo un poco costosa la vida, y ya no sólo a la hora de rascarse el raído bolsillo, sino a la de encarar otra serie de cambios en los valores, que se acompasan, triste música, al mayor poder que hay: el financiero.
Esta crisis que estamos viviendo, ¿es sólo económica o también de otros valores fundamentales?
Este año 2012, y en medio de todo el batiburrillo de políticas cruzadas, intereses ocultos, manipulación mediática, poblaciones empobrecidas sin representación política, y demás curvas de la montaña rusa, han roto unas cuantas parejas que conozco. Unas cuantas es rondando diez. Los motivos, variopintos, naturales. Sólo en un caso muy concreto, la pareja de mayor edad, él le vino a decir a ella que era “un saldo en negativo”. Un lastre que ya no apetece mantener. Sea cual sea el argumento, el verdadero y último motivo siempre es el mismo y el que casi nadie se atreve a decir porque es muy duro –y francamente, creo que es una mentira que denota humanidad-: el que se resume en “mira, lo siento, pero es que sencillamente ya no te quiero”.
Revisando la hemeroteca para dar con el dato del número de separaciones de 2011, me encuentro algo curioso. No exento de su humor negruzco . Resulta que el número de rupturas matrimoniales disminuyó un 2,3% en 2011 con respecto al año anterior, al pasar de 127.682 a 124.702, equiparable a la cifra de hace diez años, en aquella ilusión de bonanza que vivimos. Veremos los datos de 2012, pero intuyo que el motivo de esta disonancia entre la estadística y la realidad circundante no es que mi entorno esté especialmente quisquilloso, sino otro que gira en círculo, como el que forma un pececillo mordiéndose la cola… ¡no hay dinero para separarse!
Mantener dos viviendas, dos economías autónomas, es muy caro. Los costes de un divorcio con abogados de por medio, también. En mi entorno prácticamente todos somos unos ‘sin papeles’ y puede que eso facilite tomar una decisión dolorosa per se. Pero oigan, ¿no es terrible, y mucho más doloroso, que la gente no se pueda separar físicamente porque les une la insolvencia? ¿No es un golpe brutal para los conceptos ‘familia’ y ‘pareja’?
Y como ésta, otras tantas limitaciones y expolios de valor, porque todo conduce a lo mismo: la pérdida de libertad. No sólo es que tengamos menos dinero a cambio de más trabajo, o directamente nos quedemos sin lo uno o lo otro. Es que el monopolio del poder financiero nos está dejando en bragas en cuanto a libertad de decisión personal.
Estudiantes en sus teens que se ven forzados a cercenar sus vocaciones porque se les aboca a formarse exclusivamente en aquello en lo que van a poder trabajar, lo que tenga demanda, aquí o fuera, que ésa es otra.
Jóvenes de 25 años -y de 35– trabajando gratis en la estafa de los becariados o viéndose forzados a emigrar, cosa que algunos (los fuertes, los que tienen posibilidades en un entorno hostil) entenderán como una aventura y otros(los débiles que se van a quedar en el camino) no reunirán el valor o los medios iniciales.
Insisto, porque me lo tengo que repetir a mí misma, que no me quiero poner catastrofista, que yo sé que terminaremos libando néctar y ambrosía en una isla paradisiaca y tampoco es práctico ser pesimista, pero cuando observo tanta ruptura en general a mi alrededor me invade una sensación de “sálvese quien pueda” que me eriza hasta el vello de las cejas.
Sin Familia, sin Pareja, sin Vocaciones y endeudados. ¿Qué nos queda? Nosotros, cada uno a sí mismo y a la causa y lo más fuerte que se pueda. A largo plazo confío de verdad en que saldremos fortalecidos. A corto, escucho gustosa soluciones filosóficas para la vida cotidiana.