Ellas nos traen a este mundo con todo ese mimo que sólo una madre es capaz de dar: caricias, arrumacos, besos y mohines de cariño a raudales… Por otra parte, hay que destacar: dosis de paciencia infinita, mil noches sin dormir y toda una larga lista de tareas que figuran en el manual de estilo de una buena madre. Cuando una mujer pasa a ser “mamá” prodiga a sus bebés todo tipo de atenciones.
Sin embargo, su labor comienza mucho antes, justo nueve meses antes de que el sueño se transforme en una chillona y dulce realidad con pañales. Y casi desde el primer momento se convierte en un trabajo a jornada completa. El proceso de concepción es una especie de milagro íntimo que culmina en una de las experiencias más transcendentales de nuestra vida: engendrar un nuevo ser. Cuando llega el momento de cortar el cordón umbilical se produce la separación física pero jamás emocional, porque un hijo es un hijo y esa unión no se rompe jamás. Aunque nuestro adorado poyuelo haya sobrepasado los 50, siempre le veremos como un chiquitín que ha mamado de nuestros pechos.
“Cría cuervos…” dicen algunas madres cuando sus desagradecidos hijos entran en una de sus múltiples etapas de rebeldía natural, y nos dedican lindezas del tipo de que ellos no nos han pedido venir a este mundo. Todos hemos pasado por momentos de flaqueza, y precisamente por eso, porque antes de madres hemos sido hijas, sabemos que la bendita experiencia termina por darnos la razón.
En cualquier caso, ser madre es una de las aventuras más bonitas y arriesgadas que existen: más que hacer “puenting” o lanzarse al monte sin un kit de supervivencia. Sin embargo, después de superar los altibajos hormonales de nuestros vástagos con altas cotas de orgullo maternal, siempre llegan los días de tregua. Instantes mágicos e insuperables que compensan con creces cualquier ataque de tos. Cuando parece que tenemos perdidas todas las batallas, nuestros hijos nos dedican desesperadamente su más tierna declaración de amor filial. En lo bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad, como suele pasar en las mejores familias y como sucede a su vez, a cada hijo de vecino, la interminable carrera de ser mamá merece siempre una condecoración. Y ya puestos a hacer los honores, que a nadie se le ocurra llegar el día señalado con una sartén, una plancha o cualquier artilugio de ese estilo por mucho que se empeñe El Corte Inglés.
Las madres nos queremos sentir como mujeres no como amas de casa de plumero en mano. Queremos sentirnos mimadas. Abrazadas por el bienestar, y halagadas sobre todo como mujeres. Lo mismo sucede con las madres convertidas en abuelas a la fuerza y que quieren seguir derrochando atractivo más allá de los 50. Las mamás siempre son las más guapas del mundo para sus hijos, y quieren seguir siéndolo para sus nietos, y por supuesto, también para el resto del mundo en general.
¿Todavía no te has percatado que cada año que pasa en su estantería del baño hay un cosmético más? Es que la belleza de una madre no tiene límites… ni en el tocador, ni en el corazón de sus hijos.
Cuéntame…¿Qué le has regalado a tu madre?